lunes, 31 de enero de 2011

TOCO EL VACÍO

ESCRIBO acerca de la muerte
Estoy muerta pero en vida
Estoy tendida en el piso desangrándome

Cantaré la canción de los condenados.
Quisiera verte, solo verte
Volverme invisible y curarte por medio de poesía

Aúllo,
me estoy muriendo,
aúllo.

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Encontré a mi abuela en una fotografía de la Castañeda, estaba rapada, en cuclillas, su mirada era triste, sus ropas blancas hablaban de su virginidad adolorida. Dicen que ella escribía historias y leía a los clásicos, por eso estaba ahí. Le gustaba la modernidad, a todos los demás les asustaba, le gustaba ir al cine, al teatro; tenía dinero. Mi abuela era hacendada. Dicen que todo aquel que tuviera entendimiento con la modernidad estaba loco, dicen también que en la Castañeda se comenzó a hacer hidroterapia; a ella eso le gustaba. Mi abuela escribía cartas a sus hermanas, mi madre recuerda algunas. En ella hablaba de los deportes que se practicaban ahí y de los oficios, como la costura. Estuvo un tiempo solamente, pero ahí conoció a mi abuelo; él era un filósofo empedernido, decadente y nihilista.
Antes se creía que los filósofos curaban la locura. Mi abuelo dibujaba paisajes existentes pero no conocidos, en su mirada se veían historias jamás contadas.
A mi abuela le gustaba el agua, las tinas, las regaderas. Tal vez por eso a mí me gustan los lugares viejos, las paredes marchitas, los fierros añejos y los edificios antiguos. Puedo ser sirena o pez si me lo propongo. También me gusta el agua y las tinas viejas. Cada vez que llego a un lugar busco los cuentos escondidos en las paredes y en los balcones, no me quejo del olor a viejo, de las costras en los muros, de los murmullos dentro de los cuartos.
En el Manicomio de San Hipólito había un café, me gustaba ir, encontraba fábulas que me contaba la fuente redonda y monumental que estaba a la entrada, en pleno centro del recinto. Aún había marcas de las camas que yacían en los pasillos. Todo indicaba que un lugar así me esperaba para dentro de unos años.
Me hubiera gustado conocer a mi abuela, que me contara de ese lugar llamado la Castañeda, del que se decían tantas cosas, del hacinamiento, del hambre, de los gritos, del poder mal entendido. Ahora sólo veo fotografías de ella y de sus compañeros, todos rapados, todos con ropa blanca enmugrecida, manchada de años y de golpes. Miradas que dicen más que cualquier tragedia clásica. Arrugas inmersas en la piel, patios sacudidos por el tiempo y edificios llenos de almas perdidas.
Gracias a mi abuelo, que fungía como médico, ella salió, porque en realidad ella no estaba loca, sin embargo, en la familia se dice que ella, realmente enloqueció cuando perdió su hacienda y dejó de ser una mujer rica, se quedó con nada, en la calle, tiempo para el cual mi abuelo ya había muerto. Desde entonces se habla que en la familia está el gen de la locura. Supongo que el gen no, pero sí el miedo a no tener dinero, a terminar en la calle, al menos mi madre enloquece si no tiene un centavo; pero yo, qué puedo decir, mi oficio es el de escribir y por lo tanto vivo en la pobreza y aún no enloquezco. Tengo crisis de ansiedad, pero aún no enloquezco…


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Gardenia era un travesti decadente, bailaba con peluca vieja y rosa, eran claras sus canas y sus arrugas y su piel marchita, eran claros también los años mal vividos en su rostro y en su cuerpo, ya no más drogas, ya no más marcas del tiempo, ya no más heridas en el corazón. Ser travesti para ella era ser otra, tener la oportunidad de ser otra con otro cuerpo y con otros recuerdos, con otros personajes en medio del cuerpo y del culo. Bailar, bailar, bailar, era lo que más hacía, ya lo hacía sola en medio de la pista, ningún joven adonis quería acercársele porque daba miedo la seguridad en sus pasos y en sus rugosidades. La decadencia entre sus piernas se observaba a metros y la futura muerte sin no ser estaba cerca. La carroña de su vida era su única compañía, sus pelucas baratas y sus tacones viejos hablaban por hablar. Su soledad posmoderna era tan cercana a la locura que el manicomio le esperaba cada madrugada. Ella y su baile en medio de la pista era lo único que tenia, una vuelta y otra y otra más, ella y la música eran una, ella y el canto eran otra, ella y los gritos de los tambores eran una más, para qué salirse de lo establecido dentro de la pista si podía volar en ella.
En ocasiones se le acercaba algún pequeño adonis sólo para divertirse, pero Gardenia evadía el acercamiento para no enamorarse, a pesar de todo aún había la posibilidad de ello, siempre le gustaba la belleza porque había perdido la suya hace mucho tiempo. Gardenia miraba las estrellas nocturnas y lloraba, su soledad se había ido con otra hace mucho, sólo le quedaba su sombra que incluso en ocasiones la engañaba. Estrella bailaba, y besaba su muerte tendida en una cama hostil de un hotel de paso, sola estaba, incluso ya era un lugar común decir su nombre por debajo de la tierra, ya nadie la esperaba, ni la muerte.

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LA BROMA NO EXISTE, todo se dice en serio, comentaba Freud. Te diré entonces que tu cuerpo no me gusta, me gusta sólo tu risa, tu carcajada, no tu máscara, no tus ojos, no tus piernas ni tu vientre.
Todo es cierto.
Tu risa es maravillosa, tu risa casi enigmática, tu comisura, tus labios extendiéndose para reír, para mostrar la felicidad aparente, esa que no puedo entender ni realizar. Esa felicidad del no ser, de la barata vida, de la broma insulsa y diminuta.
Te ríes del dolor ajeno, del enano espantoso que llamas amigo. Reírse del otro es lo que haces como todos.
¿Qué esperas de mí?
Me repugnas con tu cuerpo y tu cara, que con el tiempo se harán monstruosos.
Soy para ti, como los demás, un desvarío más. Pero tu risa, tu risa es un rezo independiente. Esa tu risa, canto, apertura, opereta, adagio, jazz, tango, no estruendo, trova, risa hecha palabra, palabra hecha poesía, poesía hecha canto.
Paso por el Río Sena y tu risa crea otro paisaje, paisaje emblemático para París. Cuba sigue sólo por tu risa, México vive en torno a tu risa, muere lentamente, vive para tu risa.
Wagner tuvo que sentir tu risa para tocar de tal forma, para Vang Gogh existías en sus girasoles que observaban tu risa mientras fueron pintados, Picasso trastocó todo lo que pintaba excepto tu risa. No había tregua entre tu sonrisa y el arte.
El vagabundo regresa a la calle después de sentir tu risa, sabe que con eso sigue sobreviviendo, el borracho sigue tomando mientras delinea tu risa, ella le da vida y significado a su copa llena de vacío y de compañía. Tu risa me responde, me pregunta y me significa. Ella lo es todo, yo soy nada, soy vacío, soy oscuridad, miedo e injusticia, sólo tu risa dice mi nombre y lo convierte en poema.


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Ella baila,

Él le habla al oído.

Otro dice qué mujer sigue en la pista.

La noche como certera vigilante, la cantina como único capullo de la ciudad. Ella sigue bailando con un desconocido y cualquiera, le dice cosas que ella olvida, inclusive ni escucha, la música se difunde por el capullo enrojecido por las luces opacas. Llega otro hombre, observa, otra mujer atiende la mesa, él pasa su mano por sus nalgas semi descubiertas, ella sonríe, él la acaricia, ella va por un trago y él la invita, platican de nada para eliminar la soledad plasmada en los ojos de todos. Llega otro, sólo observa, toma un trago, no acepta a ninguna mujer en su mesa, sólo calla, llora en silencio y calla.
Otra ella toma un trago y cruza las piernas, las muestra como su mejor trofeo. La música sigue, murmura en los oídos de todos, pasa por las mesas llenas de alcohol y de pesadumbre.
Llegan más al capullo dentro de la noche, las mujeres atienden al desierto plasmado en los cuerpos de todos. El rojo grita en el capullo, en los baños se escucha el susurro de hombres y mujeres citadinos. En la barra hombres que aúllan por su destierro y su melancolía acallada, vociferan su nada y ésta sale por debajo de los poros para atropellar a los comensales. La música continúa, la nada es todo, el llanto de todos se une e inunda el capullo rojizo.
Ella deja de bailar, se sienta, calla, sonríe con otro él y éste la invita a bailar, le canta al oído su nostalgia, ella sonríe, no escuchó, pero sigue bailando. No reconocen la soledad del otro, sólo la tocan sin ser vistos.
La droga circula sutilmente por el capullo, el alcohol invade las venas y las neuronas electrizantes de todos. El cantinero habla, sigue la plática del desterrado y del que vocifera, sirve un trago y otro y otro más. Llegan los amantes, bailan, las luces juegan por la pista, la música sigue y hace bailar a los sueños de algunos. Algunos hablan y otros callan, otros llueven y moribundos andan por el capullo con su trago en mano. En los baños la rutina vive, llegan se suben la falda, se bajan los calzones, se sientan, la orina cae, el papel hace lo suyo, se levantan, los calzones regresan a su lugar, la falda cae, poco, pero cae…
Regresan al capullo rojizo en medio de la noche, los perros ladran, pocos coches se escuchan, el sonido de la media luna se esfuma, algunos ellos salen, fuman, ríen, regresan; ellas esperan…
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Sentado estoy en el rincón de una cantina, tomo un tequila doble, llega al estómago, éste lo resiente, es lumbre, fuego, se siente caliente cada partícula, cada célula del cuerpo, el segundo tequila, el tercero, empieza el cosquilleo en las manos, en el cuerpo, la melancolía me invade, el mariachi llega, ya tengo el brío suficiente para cantarle a ella, la que se fue, la que me dejó sentado en este mismo rincón, adolorido y borracho, se fue, no pude convencerla de lo contrario, canto y mientras lo hago a voz en grito, todos sonríen, cantan conmigo, José Alfredo me acompaña, ya no estoy solo, el sonido de mi soledad me acompaña, me balanceo entre dos mesas, tiro un vaso, mis neuronas ya están entorpecidas y provocan que mi cuerpo ya no responda de la misma forma, llega más gente, me callo, me dirijo hacia la barra, llego con el cantinero, le pido un tequila doble, me atiende, callo, observo a la gente, la cantina está casi llena, hablo con el que me atiende, el cantinero que todo lo sabe y habla de nada. Las mujeres siempre pagan mal, le digo, él sonríe, ellas son unas cabronas, pero lo que uno les da nadie más se los dará, el mismo José Alfredo lo decía, ella volverá, lo sé. Son unas malagradecidas, y provocan que aquí este uno tomando sus penas, por ellas, el cantinero asiente, sigue atendiendo, pido otro tequila, no me has visto cantar el Rey, ¿verdad? Nadie dice nada, le pago al mariachi para que toque el Rey, esa canción siempre me hace sentir mejor, definitivamente me siento superior al cantarla. Comienzo, a media canción, me levanto, me balanceo, me detengo en la barra, sigo cantando, termino, les pago, pido otro igual, sigo hablando con el cantinero de no sé qué cosa, él asiente como siempre y sonríe, me sirve otra sin pedirlo, pido otra canción, los caminos de Guanajuato, esa siempre me llega porque mi niñez la pasé en Guanajuato, al venir a la ciudad todo cambió, todo fue diferente y mi soledad comenzó, luego, la conocí. Comienzo a cantar, el balanceo continua, no termino la canción, uno de los mariachis me lleva a la mesa, me llevan otro tequila, pido otra canción, llega el mesero y me da la cuenta, busco insistentemente en mis bolsillos, le doy todo lo que tengo. Le falta, me dice, ya no hay nada le digo y sonrío, me toma del brazo, me lleva a la puerta, forcejeamos, termino en el suelo, me levantan. Sigo siendo el rey, murmuro, nadie sigue la canción conmigo, todos me observan, el mesero insiste, llega más gente para sacarme de la cantina, lo logran, termino en la banqueta susurrando la canción que me hace sentir grande y el mejor…y sigo siendo el rey…
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Estoy entre las nalgas de una mujer y los senos de otra. Pienso en la velocidad del metro que es infinitamente proporcional a la hora del día. Pienso en el calor generado por los cuerpos de las féminas molestas por el parasito citadino y su vida sexual y su cuerpo voluptuoso. Pienso en las pláticas entre cortadas que se escuchan en el fondo del vagón.
Siguiente estación, se abren las puertas, poca gente baja, yo sigo atorada entre dos mujeres regordetas que no se inmutan, cierran las puertas del metro, se queda detenido, pasan los minutos, la gente se desespera, los cuerpos hablan por medio del sudor que expiran, los olores se introducen por mi nariz y los repelo. Las mujeres siguen su charla, otras siguen con su silencio inmaculado, yo siento la ausencia del aire, la ausencia de vida, el tren no avanza, escucho con mesura las pláticas rutinarias de mujeres cosmopolitas, por fin el metro se mueve, llega, a la otra estación, no baja nadie, ya no puedo, se cierran las puertas de nuevo, sigue su camino, llega por fin a la otra estación, la mujer que me detenía con sus senos se va. Yo respiro profundo, me lleno de vida, me muevo de lugar, la próxima estación es la mía, ahí bajo para seguir mi rutina nocturna y sé que olvidaré a las mujeres y olvidaré su plática absurda de los cautiverios femeninos que por desgracia a ellos pertenezco. Mañana haré lo mismo, pero serán otras mujeres y otros hombres los que detendrán mi inmundo cuerpo lleno de rutina. Escucharé otras pláticas, aunque será la misma esencia. Sentiré por un momento felicidad si las escaleras del metro guerrero sirven o será un momento de molestia si no se mueven, creo que es lo único que hace de diferente mi día.


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Muerte desdentada,
oleaje infinito,
dolor persistente,
recuerdos que tatúan la piel delicada,
transparente y morena de la raza de bronce.
Muerte de mil cabezas.
Medusa seductora que embelesa.


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Te convertiste en un vaso
lleno de piedras en mi cuarto.


************************+
El mar se aleja, regresa, va, viene.
El oleaje compulsivo me alivia.
Cura las heridas.
La sal sana todo.
La tranquilidad que provoca la guerra infinita de las olas,
me lleva a un trance silencioso que tiene tu nombre.
Silencio.
La luna alumbra la arena que escribe debajo de mis pies: muerte.
Silencio.
Una ola y otra y otra más.
Infinitas olas rompiéndose en las rocas observadoras,
temerarias,
imponentes,
Silencio.
Camino al lado del canto de sirenas.
Me llevan de la mano al fondo del mar,
amedrentado por mi voz,
en medio estoy,
me llevan las olas al fondo,
todo es cristalino,
colorido.
La agonía de la noche marina y azulada.
Una tortuga me adormece,
una mantarraya me electrifica.

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Un hombre en la sierra visita una cruz.
En medio de la nada reza.
Los coches pasan.
El silencio le provoca.
Llora.
Recuerda a su familiar en medio de la sierra.
Ya no hay nada que hacer.
Ya no hay nada más que el recuerdo.


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TU AUSENCIA


Beso tu sangre derramada por la casa.
Siento tu agonía
Mi corazón sangra igual que tu alma.
Tus ojos tristes me hablan por debajo de las sabanas,
tu melancolía se derrama por las calles,
tu muerte me carcome,
la siento hasta los huesos.
No pude cavar tu tumba.
Te cargué delicadamente.
Tu pesada muerte deambuló por las calles lluviosas que te gustaban.
Tu cabeza sonó hueco en el hoyo hecho para tu partida.
Tus ojos se evaporaron con la lluvia.
Ahora te cubre la tumba mal hecha debajo de la noche.
Ahora sólo te cubre tu muerte.
Estás a la deriva.
Tú que nunca padeciste de nada.
Ahora estarás debajo de la noche descubierta.
Siempre lejos de casa,
de mí,
de tu cama mal tendida.
Ahora sólo la penumbra te cobija
y una luna medio llena medio vacía.
Extraño tus ojos melancólicos ojos deambulando detrás de mis pasos,
extraño tu andar tranquilo.
Regreso al lugar de tu partida
y espero encontrarte,
pero sólo hay un puño de tierra adolorida.
El cielo llora tu ausencia.
El silencio deprimido pregunta por ti,
no sé qué decir,
me siento culpable.
Temo decir tu nombre y que me reproches mi mala decisión.
Quiero que salgas de por debajo de la tierra y me des un abrazo.
Nadie comprende el dolor que causa tu ausencia.
El haberte perdido es como una ola transparente
que casi ahoga mi existencia.
Nada te trae en esta ciudad perdida.
En esta puta ciudad
El haberte perdido fue como ahogarme en la nada.
Fue como llevar mi nombre al vacio.
Como tatuarme la muerte en mi nuca.
Extraño tu nombre al lado del mío.
Te he anhelado al lado de mi cama.
Te he imaginado de más.
Te he pensado de más.


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El azul marino de la noche invade el mar.
La luna ilumina un trayecto inusual dentro de la paz marina.

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Recostada en la cama se encuentra una mujer.
Observa delicada fúnebre.
La luz tenue la acaricia.
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Voy al hotel visitado mil veces.
Paso por el callejón que te gustaba.
Regreso al balcón donde me besabas.
Observo la calle transitada por todos,
por nadie.
No estás.
Entro en las arrugas de la cama donde dormíamos,
tampoco estás.
Me pierdo en la ciudad.
En la misma ciudad donde lleve la tranquilidad llevada de tu mano.
Me pierdo en tu silencio, en tu ausencia.
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GUERRA MARINA
La guerra inminente de las olas es incomparable.
Cada una es diferente.
El sonido de la contienda nos lleva a la eternidad.
Pelean con las rocas, terminan en la arena derrumbada.
Llegan, se silencian por segundos, regresan,
hacen lo mismo una y otra vez,
pero cada pelea es diferente,
en cada una hay un nombre y una imagen,
en cada una hay un hombre y un sonido,
en cada ola existe la muerte de por medio,
en cada grito está Dios desesperado por la nada,
está desvanecido, triste, derrotado,
recuerda en medio del mar, la cruz peligrosa
que le costó la vida, recuerda a su padre
invisible y débil.

En cada pelea las olas le ríen a la muerte,
La confrontan, le huyen y la nombran.
La guerra destruye, provoca llanto sobre la piel desnuda.
La guerra marina es como un éxtasis infinito dentro de la perpetuidad.
La guerra azul alumbrada por la luna es peligrosa.
El mar de noche es negro, lastima, tiene ojos quemados que penetran,
nos despojan de la palabra amenazadora, silenciosa,
nos arrancan las ropas, los recuerdos,
nos quitan los dolores inmersos en la carne llena de sangre.
La luna llena clava la piel igual que la sal.

Dicen que el olvido llega pronto en medio de la guerra litoral.
Dicen también que el sonido de las olas
hacen que los amores desventurados se evaporen,
dicen, de igual modo,
que las palabras dichas
en medio de la arena caliente son eternas.

La guerra costera se ha quedado con muchos hombres,
éstos se han ahogado en medio del sonido,
en medio de la orquesta náutica, dirigida por Dios,
se han quedado en medio de violines, de flautas y de pianos,
se han dejado llevar por operetas alemanas escritas por Shubert,
por Wagner, por Nietzche,
se fueron en medio de choros de Chopin,
se cortaron las venas por adagios españoles.
La orquesta navegante endulza el oído de sirenas,
se embelesan en medio del añil marino y se entregan
dándolo todo en el gran acto del amor.

Medusa se observa en medio del bélico combate
y se convierte en pez, no en roca,
jamás en roca, sino en pez, en delfín, en tortuga,
nada ahora por su vida, tranquila en medio de las olas,
sabiendo que éstas la protegen aunque esté dentro de la cruzada.

Ulises navega temeroso por el mediterráneo,
entra en combate al ritmo de la música,
se yergue seguro de su fortaleza,
cadáveres se acercan a la embarcación y lo atemorizan.
Ulises sabe que el cielo le cuida y la luna lo cubre,
sabe también, que las constelaciones le señalan el camino
y que las sirenas enamoradas le cantarán al oído mil notas protectoras.

Los mortales seguimos en medio de la guerra,
temiendo siempre nuestra muerte,
muerte planeada,
muerte dicha,
muerte escrita,
muerte conmovida por la música
que trae el viento marino,
verde azuloso y marino

Guerra eterna,
milenaria,
seductora,
sonora,
siempre guerra.

Danzan las ballenas y cantan las mantarrayas
delicadas y peligrosas.
La muerte se convierte en una nota en do menor.
Entro delicadamente a la guerra,
entro desnuda, mis tatuajes se evaporan,
entro musicalmente, sonoramente.
Mi muerte se convierte en una voz soprano,
en una pieza hecha de mil notas, es una orquesta,
un bélico canto lleno de olas.

Dios sólo observa su creación y mi fin.
Somos ahora una evocación tan sólo.
Hemos sido derrotados.


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MIS COLMILLOS te acechan, te saben cerca.
Tu sangre huele y la busco por la casa.
Estás acorralada, te busco, no te encuentro,
sigo buscando, el olor a sangre me llama.
Mi piel casi transparente te venera, mis venas te nombran,
mi lengua te recuerda.

Aunque te escondas sé que voy a encontrarte.
Aunque me olvides, sé que voy a encontrarte.
Aunque me rechaces, sé que pronto tendré tu cuello en mi boca.

Tu miedo me provoca, tu delicada piel me incita,
tu fragilidad estimula mis instintos,
me vuelve fuerte a pesar del terror que me provoco.
Imagino tu sangre recorriendo tu piel delicadamente blanca.
Imagino tu grito acallado por mis manos.
Imagino el hilo de sangre que saldrá de ti.
Imagino mis sentidos excitados por tu estirpe.

Sé que las noches son mías y son eternas.
Sé que mis colmillos son una extensión de mí.
Llevo tatuado tu nombre en mi nuca.
Huelo tu sangre, fresca sangre que me estimula.

Las noches me gritan lo que debo hacer,
sueño con tu piel, con tus ojos grandes que me avivan.
Mis noches se vuelven días cuando te siento cerca.
El insomnio no existe para los vampiros como yo.
El insomnio es perfecto para seguirte por los lienzos
blancos del cuarto en el que te escondes.

Velas temerosas gritan tu nombre.
Lunas llenas te vislumbran y me ayudan a encontrarte.
Necesito de tu sangre para seguir siendo el vampiro de occidente,
del mediterráneo, del sur, del este.
Vengo desde el fin del mundo para acecharte,
para seducir tus tiernas venas azuladas.

Soy delicado ante el silencio, ante tu sonrisa casi temerosa,
ante tu sensualidad felina.
El andar vampirezco de mi figura te atormenta.

Estás cerca, te percibo, te olfateo, te acaricio, te aprisiono.
Estás cerca, ya te observo.
Mis ojos te aniquilan, mis venas te presienten, mis manos te acarician.
Estas más cerca, mis colmillos te sonríen, te descuidas, me aprovecho.
Tu cuello me da la bienvenida, tus venas suenan al romperse,
bebo tu elixir hasta el final, todo termina y mi felicidad comienza.