DESIERTA ERES ANTE UN MUNDO INCIERTO,
Humedad protegida de mi sexo eres,
mentira salada que recorres mis venas,
sueño que soñé al compás de mis reproches,
timidez reflejada al borde del murmullos eres.
Recuerdo antagónico que solda cada hora
mi cuerpo a tu boca,
murmullo impetuoso que mutila mi lengua
reuniendo la demencia al borde de mi luna,
deseo incesante de tenerte impregnada
como huella,
laberinto complejo de arterias
repleto de miradas necias.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
varios
TU MIRADA DE FELINO
la presiento.
Tu rasposa lengua por las noches
la contemplo.
Tu aliento una vez más murmura
mi nombre quemando mis huesos.
Pantera sigilosa te deslizas,
confundidamente oscura,
elegantemente reservada.
SI METÁFORAS Y ANALOGÍAS
pudieran convertirse en realidad,
como por ejemplo:
Tengo tu corazón en mis manos,
he tocado a la muerte,
te hago el amor cuando beso
tus ojos.
Yo te diría entonces:
Quiero embriagarme de ti
y morirme al día siguiente,
quiero comerte en un respiro
y parirte en un instante,
quiero ser el escalofrío perpetuo
que interrumpe tu memoria.
EVOCACIONES
Vienen con gran decoro
los recuerdos,
traen antifaces de felicidad
siendo tan sólo una estampida
de tristezas.
MURMURACIÓN NOCTURNA
Mi sombra me persigue,
me arrastra, me humilla,
me aniquila.
Intento atraparla.
Intento ganarle.
Es el tedio de vivir cada día.
es el tedio de morir cada noche
al dormirme.
la presiento.
Tu rasposa lengua por las noches
la contemplo.
Tu aliento una vez más murmura
mi nombre quemando mis huesos.
Pantera sigilosa te deslizas,
confundidamente oscura,
elegantemente reservada.
SI METÁFORAS Y ANALOGÍAS
pudieran convertirse en realidad,
como por ejemplo:
Tengo tu corazón en mis manos,
he tocado a la muerte,
te hago el amor cuando beso
tus ojos.
Yo te diría entonces:
Quiero embriagarme de ti
y morirme al día siguiente,
quiero comerte en un respiro
y parirte en un instante,
quiero ser el escalofrío perpetuo
que interrumpe tu memoria.
EVOCACIONES
Vienen con gran decoro
los recuerdos,
traen antifaces de felicidad
siendo tan sólo una estampida
de tristezas.
MURMURACIÓN NOCTURNA
Mi sombra me persigue,
me arrastra, me humilla,
me aniquila.
Intento atraparla.
Intento ganarle.
Es el tedio de vivir cada día.
es el tedio de morir cada noche
al dormirme.
Blanca nieves
BLANCA NIEVESBlanca, llena de nieve comenzaba de nuevo. Iniciaba el largo vuelo de emprender el fuego. Sentada se quedó hasta llegar a Atenas. Visitó mezquitas en la India para recordar a sus abuelos. Visitó también hombres necios que la acusaban de ser blanca y bella.Siete duendes visitaban a Blanca en sus sueños, siete deseos pedía cada año bisiesto, siete vidas tenía Blanca en su ropero y siete hermosas lunas se veían en su cielo.Continuaba Blanca sentada en su locura. Continuaba Blanca observándose en su espejo, en donde veía a su gemela horrorizada, a su madre perseguida, se veía ella tejiendo su destino. Llena de locura estaba, no escuchaba nada, leía los labios de la muerte angustiada, olía lo frío del ataúd envestido y dormía con toros enfurecidos.Me acaricia Blanca por la cara. Su invierno me respira.Blanca como la nieve que lleva por dentro, blanca como el semen de su padre engreído.Morirá feliz en medio de la blancura del deseo, en medio del tiro de gracia que se dará a la mitad del vuelo. Por fin morirá, por fin será escudada por sortilegios hechos agua, por fin conocerá la risa fuerte, los pasos largos, por fin escuchará la trova del viento. Sentirá la suavidad eterna de las nubes y la blancura aparente del agua inmensa.Sólo te pido Blanca, que visites mi lecho cada año bisiesto, sólo te pido BLanca, que guardes una bala para mi vuelo.
Marcas de agua
MARCAS DE AGUA
que trazan tu vida
marcas de piel que te desnudan,
marcas de sangre que te aniquilan,
que te humillan, que te acaban.
Postura de manos que evoca
la oscuridad de tus senos.
Imagen postrada en la memoria
negándote con cada sombra.
Línea tras línea,
hora tras hora,
apenas vivo y quedo,
muy quedo muero.
Segundo a segundo,
marca tras marca,
sombra tras sombra.
No despiertes que apenas vivo.
No hables que apenas muero
que trazan tu vida
marcas de piel que te desnudan,
marcas de sangre que te aniquilan,
que te humillan, que te acaban.
Postura de manos que evoca
la oscuridad de tus senos.
Imagen postrada en la memoria
negándote con cada sombra.
Línea tras línea,
hora tras hora,
apenas vivo y quedo,
muy quedo muero.
Segundo a segundo,
marca tras marca,
sombra tras sombra.
No despiertes que apenas vivo.
No hables que apenas muero
Espartaco
ESPARTACO
Encadenado estaba Espartaco bajo el preludio sonámbulo de la luna. Ocultaba la sordidez de su camisa, lo opaco del espejo, pétalos juguetones que desgarraban su camino. Negaba la dulzura de los pechos de su amada, negaba las piedras que intuían su soledad. Corría bajo la lluvia dormida para encontrarse de nuevo como en un sueño, pedía que la luna descubriera su humedad. En la nada se imaginaba hablando con canciones de tiempos fragmentados, se descubría hablando soliloquios en espejos fracturados.
¡Espartaco, Espartaco! Murmuraba su nombre creyendo haberlo olvidado. Tenía tanto dolor que encantado estaba por las penumbras invernales. Cerraba puertas y descalzo caminaba buscando cristales para hacer caminos. Intentaba viajar en escobas voladoras porque en su cabellera tenían escrito su destino. Pedía para su muerte un puño de tierra, un ramo de flores y una palabra bella de la boca de su amada imaginaria para no quedarse mudo.
Ese Espartaco que en espejos se veía y su contorno fraccionado veía reflejado. Ese mismo Espartaco que de niño jugaba con miradas que trazadas en las nubes sonreían. Espartaco, aquel que si te mira, podrás ver a los cuatro vientos y el pasado en sus ojos, el mismo que nunca será rescatado. Si le miras, podrás de nuevo tomar altura y será un jardín el mundo.
Amanece y vive en la sombra del agua, nos mira a distancia, sueña nuestro sueño, es el conejo de la luna que aparece sin ser llamado a media luz. Arde en la selva y se empapa de imágenes intolerantes. Es carne de cañón, es insensato, es cielo nublado y día lluvioso, le juzgan por dormir semanas y viajar en barcos de papel, le juzgan por mantenerse a la orilla del sazón humano.
-Hijo, despierta, mira sólo un poco, ve éste cielo que trae Miguel Ángel y ve éste espejo que trae Picasso, ése azul que pintó Miró-
Escuchaba eso cada tarde que veía a su madre en la cama llena de clavos y mantas blancas. Veía incluso esos libros que un 20 de julio le dejaron debajo de la almohada.
“¡Espartaco, Espartaco!” susurraba de nuevo su boca helada en las noches de luna menguante, se espinaba con rosales del jardín y gritaba de fuera hacia adentro como si le hubieran talado parte de los sesos.
Esporádico era Espartaco, tenía jornadas incansables de imágenes abstractas, mientras las orillas de su cama se convertían en parte del navío en el que se encontraba.
Gritaba por la noche”¡A baboooooor, a babooooooor! ¡Tierraaaaaa, tierraaaaaa!”, así Espartaco se hundía cada crepúsculo en mares llenos de peligro, navegaba en barcos fantasma y brincaba en lanchas de madera para que salvaran su vida, navíos llenos de recuerdos, de sombras que sólo le anunciaban a Espartaco su cercana muerte y su lejana vida basada en la razón.
Encadenado estaba Espartaco bajo el preludio sonámbulo de la luna. Ocultaba la sordidez de su camisa, lo opaco del espejo, pétalos juguetones que desgarraban su camino. Negaba la dulzura de los pechos de su amada, negaba las piedras que intuían su soledad. Corría bajo la lluvia dormida para encontrarse de nuevo como en un sueño, pedía que la luna descubriera su humedad. En la nada se imaginaba hablando con canciones de tiempos fragmentados, se descubría hablando soliloquios en espejos fracturados.
¡Espartaco, Espartaco! Murmuraba su nombre creyendo haberlo olvidado. Tenía tanto dolor que encantado estaba por las penumbras invernales. Cerraba puertas y descalzo caminaba buscando cristales para hacer caminos. Intentaba viajar en escobas voladoras porque en su cabellera tenían escrito su destino. Pedía para su muerte un puño de tierra, un ramo de flores y una palabra bella de la boca de su amada imaginaria para no quedarse mudo.
Ese Espartaco que en espejos se veía y su contorno fraccionado veía reflejado. Ese mismo Espartaco que de niño jugaba con miradas que trazadas en las nubes sonreían. Espartaco, aquel que si te mira, podrás ver a los cuatro vientos y el pasado en sus ojos, el mismo que nunca será rescatado. Si le miras, podrás de nuevo tomar altura y será un jardín el mundo.
Amanece y vive en la sombra del agua, nos mira a distancia, sueña nuestro sueño, es el conejo de la luna que aparece sin ser llamado a media luz. Arde en la selva y se empapa de imágenes intolerantes. Es carne de cañón, es insensato, es cielo nublado y día lluvioso, le juzgan por dormir semanas y viajar en barcos de papel, le juzgan por mantenerse a la orilla del sazón humano.
-Hijo, despierta, mira sólo un poco, ve éste cielo que trae Miguel Ángel y ve éste espejo que trae Picasso, ése azul que pintó Miró-
Escuchaba eso cada tarde que veía a su madre en la cama llena de clavos y mantas blancas. Veía incluso esos libros que un 20 de julio le dejaron debajo de la almohada.
“¡Espartaco, Espartaco!” susurraba de nuevo su boca helada en las noches de luna menguante, se espinaba con rosales del jardín y gritaba de fuera hacia adentro como si le hubieran talado parte de los sesos.
Esporádico era Espartaco, tenía jornadas incansables de imágenes abstractas, mientras las orillas de su cama se convertían en parte del navío en el que se encontraba.
Gritaba por la noche”¡A baboooooor, a babooooooor! ¡Tierraaaaaa, tierraaaaaa!”, así Espartaco se hundía cada crepúsculo en mares llenos de peligro, navegaba en barcos fantasma y brincaba en lanchas de madera para que salvaran su vida, navíos llenos de recuerdos, de sombras que sólo le anunciaban a Espartaco su cercana muerte y su lejana vida basada en la razón.
Eran oscuras las noches
ERAN OSCURAS LAS NOCHES. Duendes agotados bailaban. Magos aventuras concedían. Príncipe por hechizo convertido. Increíble aventura a Hada le esperaba.
Centenares de siglos pasaron.
Unicornio encontró la felicidad. Hada vive con príncipe. Las noches siguen oscuras. Magos mueren lento. Zorrillos esperan su cuento.
MANDO MENSAJES A UNICORNIOS. Navego con palabras al viento. Cuento increíbles aventuras a los buzos. Calienta el sol espadas submarinas. Hadas transformadas en arena. La brisa ahora la contemplo. Detengo en la mirada caracoles. Sueño con sendas profundas. Felicidades se despiden de fantasías secretas. Tu selva me llama en este mar. Tortugas apenas llegan cansadas. Ando en carretas sobre islas. Dejo restos de huellas. Hago caminos extraños. Lanzo cantos de papel. Naufrago en ríos desiertos. Dialogo con magos. Me doy baños de lunas. Espero tu señal.
Centenares de siglos pasaron.
Unicornio encontró la felicidad. Hada vive con príncipe. Las noches siguen oscuras. Magos mueren lento. Zorrillos esperan su cuento.
MANDO MENSAJES A UNICORNIOS. Navego con palabras al viento. Cuento increíbles aventuras a los buzos. Calienta el sol espadas submarinas. Hadas transformadas en arena. La brisa ahora la contemplo. Detengo en la mirada caracoles. Sueño con sendas profundas. Felicidades se despiden de fantasías secretas. Tu selva me llama en este mar. Tortugas apenas llegan cansadas. Ando en carretas sobre islas. Dejo restos de huellas. Hago caminos extraños. Lanzo cantos de papel. Naufrago en ríos desiertos. Dialogo con magos. Me doy baños de lunas. Espero tu señal.
María Magdalena
MARÍA MAGDALENA atraída por todo aquello que le llevara lo inverosímil de su vida. Encantada estaba por lo subjetivo, por las cigüeñas y bufones. Harta decía estar del placer afónico, del dolor incipiente y de las fobias inquietas e inconclusas. Caminaba lento, tan lento que el ratón y la tortuga platicaban de sus pasos, tan lento que el viento cargaba su cuerpo sin dejar huellas falsas.
María Magdalena, corta de espacio y de nombre largo, pies pequeños y cintura endeble. Caminando, siempre caminando. Pensaba, sólo pensaba.
Hablaba poco, haciéndolo solamente cada tercer día a las dos de la mañana. Comenzaba con mayúscula y continuaba con minúscula, charlaba durante dos párrafos y callaba, había silencio y continuaba con uno más para así decir el punto final del pensamiento. A las veinte horas María Magdalena bailó el último son de Veracruz.
Bebió del obsceno vino del amor para así morir de repente, para morir simbólicamente y poder nacer de nuevo al calor incipiente del circo beat, para germinar continuamente al teatro vidal y no morir jamás.
María Magdalena, corta de espacio y de nombre largo, pies pequeños y cintura endeble. Caminando, siempre caminando. Pensaba, sólo pensaba.
Hablaba poco, haciéndolo solamente cada tercer día a las dos de la mañana. Comenzaba con mayúscula y continuaba con minúscula, charlaba durante dos párrafos y callaba, había silencio y continuaba con uno más para así decir el punto final del pensamiento. A las veinte horas María Magdalena bailó el último son de Veracruz.
Bebió del obsceno vino del amor para así morir de repente, para morir simbólicamente y poder nacer de nuevo al calor incipiente del circo beat, para germinar continuamente al teatro vidal y no morir jamás.
Esperanza
ESPERANZA paraba el tiempo entre gritos y tabacos de deseo, sexo y algo más. Comentarista de medio día, fines de semana y tertulias de una hora. Pasaba el tiempo entre humo tinto y vino espeso. Sin nadie más, sólo ella y su veneno parcial.
Continuaba el sueño despreocupado e inoportuno.
Lo tenía todo: anarquía, erotismo y virtualidad en un solo lugar.
Agonizantes los días transitaban de un trago a otro, de un papel arroz a figuraciones místicas, continuando así por el sendero de lo callado y lo no vivido. Sólo ella y su porción, su tagarnina y sólo ella.
Almacena, regresa y aguarda, contempla el alba aniquilante debajo de la frialdad enmohecida.
-El orgullo es una mierda- continuamente anunciaba a todo aquel torpe que se le enfrentaba.
Misógina de nacimiento y rebelde por accidente.
Jugaba con olas y sabía que la arena era su amante, esa que se marchitaría al instante de haber llegado. Continuamente se quedaba por las noches esperando. Aquella mujer que se desgarraba con el viento y le contaba a la sal que se quedaba en su piel lo que imaginaba hacer con su amante en turno.
Esperaba sola esperanza, que ya no esperaba nada.
Continuaba el sueño despreocupado e inoportuno.
Lo tenía todo: anarquía, erotismo y virtualidad en un solo lugar.
Agonizantes los días transitaban de un trago a otro, de un papel arroz a figuraciones místicas, continuando así por el sendero de lo callado y lo no vivido. Sólo ella y su porción, su tagarnina y sólo ella.
Almacena, regresa y aguarda, contempla el alba aniquilante debajo de la frialdad enmohecida.
-El orgullo es una mierda- continuamente anunciaba a todo aquel torpe que se le enfrentaba.
Misógina de nacimiento y rebelde por accidente.
Jugaba con olas y sabía que la arena era su amante, esa que se marchitaría al instante de haber llegado. Continuamente se quedaba por las noches esperando. Aquella mujer que se desgarraba con el viento y le contaba a la sal que se quedaba en su piel lo que imaginaba hacer con su amante en turno.
Esperaba sola esperanza, que ya no esperaba nada.
Almudena
ALMUDENA
De azúcar y de sal es Almudena. Por la paz pelea ella. Su guerra interna le carcome la voz, esa voz tierna y clara que junto a su mirada suave van con ella. Almudena es su nombre, nombre gitano, de las costas de España. Es del mar su nombre, no ella.
La sabiduría de Almudena convierte el tiempo en secreto, e l aire en canción y la eternidad en un beso. Almudena es feliz al estar en lo alto de un monte, grita y ríe, gusta de aventarse y buscarse en el camino, libre se siente al exclamarse Almudena. No se nombra Greta, Lucia, Helena, se bautiza Almudena, virgen madrileña. De niña recuerda un cuento, cuento al fin, donde aparece ella, por tal razón decide sentirse, verse, vivir siendo Almudena. Lánguida y sufrida Almudena. Ella se vierte de un vaso de licor y cada media noche bebe del vientre del amor. Inhala la coca del placer, perfora a la luna y sus brazos le entrelaza.
Almudena se come a pedazos, por el sudor se desliza y comete locuras en las hendiduras de su piel.
Almudena muere sola con rosa de mano, manta blanca y colchón negro. Bajo su cama la muerte descansa. La muerte infinita y delicada.
Almudena muere frente a su muñeca alegre, entro yo, y sólo veo sus pies verdes.
De azúcar y de sal es Almudena. Por la paz pelea ella. Su guerra interna le carcome la voz, esa voz tierna y clara que junto a su mirada suave van con ella. Almudena es su nombre, nombre gitano, de las costas de España. Es del mar su nombre, no ella.
La sabiduría de Almudena convierte el tiempo en secreto, e l aire en canción y la eternidad en un beso. Almudena es feliz al estar en lo alto de un monte, grita y ríe, gusta de aventarse y buscarse en el camino, libre se siente al exclamarse Almudena. No se nombra Greta, Lucia, Helena, se bautiza Almudena, virgen madrileña. De niña recuerda un cuento, cuento al fin, donde aparece ella, por tal razón decide sentirse, verse, vivir siendo Almudena. Lánguida y sufrida Almudena. Ella se vierte de un vaso de licor y cada media noche bebe del vientre del amor. Inhala la coca del placer, perfora a la luna y sus brazos le entrelaza.
Almudena se come a pedazos, por el sudor se desliza y comete locuras en las hendiduras de su piel.
Almudena muere sola con rosa de mano, manta blanca y colchón negro. Bajo su cama la muerte descansa. La muerte infinita y delicada.
Almudena muere frente a su muñeca alegre, entro yo, y sólo veo sus pies verdes.
Hansel y Gretel
HANSEL Y GRETEL. Hermosos amantes. Acusados por violar aquello mal llamado humanidad.
Hansel: arrogante y caprichoso.
Gretel: sumisa y sensata.
Diferentes animales para estar unidos. Diferentes amantes en una misma alcoba. Contrastantes caricias en una misma piel.
Arrogancia y sumisión, parece el perfecto lazo de unión para dos unicornios solitarios.
Cuántos siglos de ignorancia ante inusitado hecho, cuántos misioneros en hoteles de paso y en casas decentes. Cuántos discursos tatuados en la frente. Cuántas ideas mutiladas antes de ser concebidas.
Solsticios y temblores, matanzas y equinoccios. Hansel y Gretel seguirán unidos por el ombligo, siendo éste, lazo invisible a lo medieval, verdugo incauto del poderío de un pueblo. Epidemia incurable ocasionada por un cordón que se pierde en el camino.
Hansel: arrogante y caprichoso.
Gretel: sumisa y sensata.
Diferentes animales para estar unidos. Diferentes amantes en una misma alcoba. Contrastantes caricias en una misma piel.
Arrogancia y sumisión, parece el perfecto lazo de unión para dos unicornios solitarios.
Cuántos siglos de ignorancia ante inusitado hecho, cuántos misioneros en hoteles de paso y en casas decentes. Cuántos discursos tatuados en la frente. Cuántas ideas mutiladas antes de ser concebidas.
Solsticios y temblores, matanzas y equinoccios. Hansel y Gretel seguirán unidos por el ombligo, siendo éste, lazo invisible a lo medieval, verdugo incauto del poderío de un pueblo. Epidemia incurable ocasionada por un cordón que se pierde en el camino.
Dorotea
DOROTEA escribía para inmortalizar a su amado, para matarlo y sacarle de su corazón. Siempre firmaba con seudónimo para no robarse a sí misma su alma. Andaba por el camino amarillo de Venecia. Seguía pasos ajenos. Navegaba en góndolas guiadas por fósforos de color marrón.
Dorotea fue expulsada del paraíso por decirle a su costilla “Quítate la ropa y hazme el amor”.
En silencio lloraba, en silencio lo amaba. Le esperaba cada noche para así recuperar su dolor ya olvidado.
“El amor eterno no existe” rezaba a menudo. Letanías extrañas murmura en las que aparecía su nombre y los pronombres tu y yo.
Ella sólo menciona que le ama cuando ya le ha herido, sólo le pide perdón cuando ya le ha amado.
Dorotea tenía amigos de hojalata, confesores como leones y espantapájaros como médicos de cabecera. Caminaban todos por el mismo camino amarillo de Venecia, guiados por el color rojo de los balcones. Cantaban y vitoreaban al mago de Oz quien les haría encontrar su lugar en aquel estanque de agua oloroso y fértil.
Continuamente, Dorotea, en su pensamiento pronuncia mi nombre.
Dorotea fue expulsada del paraíso por decirle a su costilla “Quítate la ropa y hazme el amor”.
En silencio lloraba, en silencio lo amaba. Le esperaba cada noche para así recuperar su dolor ya olvidado.
“El amor eterno no existe” rezaba a menudo. Letanías extrañas murmura en las que aparecía su nombre y los pronombres tu y yo.
Ella sólo menciona que le ama cuando ya le ha herido, sólo le pide perdón cuando ya le ha amado.
Dorotea tenía amigos de hojalata, confesores como leones y espantapájaros como médicos de cabecera. Caminaban todos por el mismo camino amarillo de Venecia, guiados por el color rojo de los balcones. Cantaban y vitoreaban al mago de Oz quien les haría encontrar su lugar en aquel estanque de agua oloroso y fértil.
Continuamente, Dorotea, en su pensamiento pronuncia mi nombre.
Congelo el agua evaporada
Congelo el agua evaporada
bajo mi ropaje viejo,
sostengo e invoco al calor sumergido
en el verde seco de las hojas otoñales.
Adolorida estoy por sostener tu amarga caricia,
beso que das por una mirada incalculable,
olor perenne que interrumpe tu recuerdo,
sumergido estoy invocando tu deseo.
Musa desconocida te concibo
bajo mi tinta china y pincel de pelo marta.
No conozco la mirada de tu piel,
dibujo con palabras desconocidas
tus senos blandos
mientras murmuro la penumbra de tu sexo.
Una línea de luz me divide.
Un dibujo de acuarela me subyace.
Una silla de madera me contempla.
Una hoja blanca y tu mano morena me despiden.
bajo mi ropaje viejo,
sostengo e invoco al calor sumergido
en el verde seco de las hojas otoñales.
Adolorida estoy por sostener tu amarga caricia,
beso que das por una mirada incalculable,
olor perenne que interrumpe tu recuerdo,
sumergido estoy invocando tu deseo.
Musa desconocida te concibo
bajo mi tinta china y pincel de pelo marta.
No conozco la mirada de tu piel,
dibujo con palabras desconocidas
tus senos blandos
mientras murmuro la penumbra de tu sexo.
Una línea de luz me divide.
Un dibujo de acuarela me subyace.
Una silla de madera me contempla.
Una hoja blanca y tu mano morena me despiden.
Hace poco conocí
Hace poco conocí a una mujer con dos manos que podían matar, tenia dos ojos (cosa extraña) que hacían guerrillas cuando estos se plantaban en el cuerpo suelto de cualquiera. Cantaba con su boca de vergel secretos de alcoba de amantes solitarios, murmuraba con sus manos, esas tan extrañas, perversiones que aun no descubría. Ella me decía que era Santa, cosa extraña, que no era capas de besar a nadie que ella no conociera bien, que no era capas tampoco de entregarse a ojos ciegos, a manos frías, a cuerpos vacíos. Decía que lo haría sólo con Ángeles. Jamás le creí, pero la seguí buscando, sabia que en el fondo deseaba cualquier cuerpo y caricias lentas aunque no fueran sinceras, besos intensos y fuego de piel desnuda. La contemplaba, escuchaba sus silencios, eran poco frecuentes, con sus miradas esquivas me decía tanto, por ejemplo, que anhelaba desnudarse y mostrar sus heridas, que no sabia olvidar a su verdugo, su silencio me hablaba de miedos bien enterrados y de sueños ya olvidados, que deseaba gritar ese silencio que desgarra almas solitarias, volar mas alto que los rascacielos y despedirse al menos por un rato de este pavimento citadino, ardiente y esquivo.
Esa mujer con manos llenas de cicatrices por no saber amar, me enamoró con su voz llena de flamas, con sus manos, esas tan extrañas, que escribían silencio y se contradecían a la hora del amor. Me invitó a volar una noche en la que no había luna y en la que dejé por un rato libre mi corazón. Creo que aprovechó ese momento para hablarme de amaneceres, de arena marina y de caracoles disecados, de monedas de plata y de paletas amarillas que no significan desprecio, de crucifijos que se envuelven con mentiras y laberintos sin salida, de lloviznas que desaparecen por un momento y de tardes llenas de melancolía.
Maldita mujer, bendita efigie que entró en esta mirada en la que después ya no la encontré. Esta misma mirada que le gritaba a esa Venus en llamas que la deseaba.
Maldita mujer, bendito hechizo el que hiciste para que estas manos dibujaran tu desnudes jamás nombrada; bendito conjuro iluminado que te apareciste para nombrarme por ultima vez en esta mi corta vida.
¿Porqué? Siempre termino preguntándote, porqué nunca me encontré en tu mirada, porque me perdí en tu laberinto, en ese que construiste para que no me encontrara después de besarte: ilusión nocturna y cómplice de la noche. Te dije más de una vez que te amo y te perdiste entre la niebla porque te asustaste. Te pedí más de una vez que no te fueras, que te internaras en este bosque dispuesto para darte cobijo, pero te largaste.
Tal vez tienes razón, tal vez siempre la tuviste. Tal vez siempre diste un paso de más, nunca te despojaste de ese traje de hierro que te caracteriza. Solo querías ver como eran mis heridas para tocarlas, para sentir esa sangre ya un poco seca en mi piel marchita. Sólo querías descubrir la lujuria que siempre ha habido en ti para después dársela a tu verdugo, ese maldito verdugo que te obliga a alejarte de mi. Yo, que tal vez nunca seré tu príncipe pequeño, pero si podía ser ese árbol en que te resguardaras de la tormenta próxima en este verano.
Yo, que jamás podré obsequiarte una tarde llena de risas porque mi silencio es mi mejor acompañante, ese mismo silencio que me ayudo a descifrarte, a conocerte en el planeta de los signos. Maldito silencio, también lo maldigo, porque fue el mismo que esa tarde me obligo a rogarte en silencio que no te fueras, que te quedaras un poco más, ese mismo silencio que me invita a cantarte sin mover los labios, solo los ojos, estos ojos que estaban dispuestos a morir para seguirte viendo. Estos ojos, benditos ojos que te tuvieron por un instante y te murmuraron cuánto te amaban. Malditos ojos que ahora se acostumbran a sólo tener tu sombra. Bendita sombra que te quedas para repetirme que no vuelva a dejar suelto mi corazón, extraño corazón. Extraña mujer con ojos y manos extrañas...
Esa mujer con manos llenas de cicatrices por no saber amar, me enamoró con su voz llena de flamas, con sus manos, esas tan extrañas, que escribían silencio y se contradecían a la hora del amor. Me invitó a volar una noche en la que no había luna y en la que dejé por un rato libre mi corazón. Creo que aprovechó ese momento para hablarme de amaneceres, de arena marina y de caracoles disecados, de monedas de plata y de paletas amarillas que no significan desprecio, de crucifijos que se envuelven con mentiras y laberintos sin salida, de lloviznas que desaparecen por un momento y de tardes llenas de melancolía.
Maldita mujer, bendita efigie que entró en esta mirada en la que después ya no la encontré. Esta misma mirada que le gritaba a esa Venus en llamas que la deseaba.
Maldita mujer, bendito hechizo el que hiciste para que estas manos dibujaran tu desnudes jamás nombrada; bendito conjuro iluminado que te apareciste para nombrarme por ultima vez en esta mi corta vida.
¿Porqué? Siempre termino preguntándote, porqué nunca me encontré en tu mirada, porque me perdí en tu laberinto, en ese que construiste para que no me encontrara después de besarte: ilusión nocturna y cómplice de la noche. Te dije más de una vez que te amo y te perdiste entre la niebla porque te asustaste. Te pedí más de una vez que no te fueras, que te internaras en este bosque dispuesto para darte cobijo, pero te largaste.
Tal vez tienes razón, tal vez siempre la tuviste. Tal vez siempre diste un paso de más, nunca te despojaste de ese traje de hierro que te caracteriza. Solo querías ver como eran mis heridas para tocarlas, para sentir esa sangre ya un poco seca en mi piel marchita. Sólo querías descubrir la lujuria que siempre ha habido en ti para después dársela a tu verdugo, ese maldito verdugo que te obliga a alejarte de mi. Yo, que tal vez nunca seré tu príncipe pequeño, pero si podía ser ese árbol en que te resguardaras de la tormenta próxima en este verano.
Yo, que jamás podré obsequiarte una tarde llena de risas porque mi silencio es mi mejor acompañante, ese mismo silencio que me ayudo a descifrarte, a conocerte en el planeta de los signos. Maldito silencio, también lo maldigo, porque fue el mismo que esa tarde me obligo a rogarte en silencio que no te fueras, que te quedaras un poco más, ese mismo silencio que me invita a cantarte sin mover los labios, solo los ojos, estos ojos que estaban dispuestos a morir para seguirte viendo. Estos ojos, benditos ojos que te tuvieron por un instante y te murmuraron cuánto te amaban. Malditos ojos que ahora se acostumbran a sólo tener tu sombra. Bendita sombra que te quedas para repetirme que no vuelva a dejar suelto mi corazón, extraño corazón. Extraña mujer con ojos y manos extrañas...
DIBUJA MIS HERIDAS EN EL CIELO
DIBUJA MIS HERIDAS EN EL CIELO,
háblale de mi cicatriz al viento,
cuéntale de mi silla viuda
y de mis rotos huesos,
confíale mi secreto.
Escríbele de mi chopo de agua y de mi sauce de cristal,
de mis palabras altisonantes, de mis silencios,
de mi llanto sordo y de mi andar
cansado, de mis pies izquierdos y de mi cuarto azul.
Platícale de mi risa inconfundible, de mi diente roto,
de mi corta estatura, de mis zapatos de chabelo,
de mi camisa de franela, de mis pantuflas
como garras, de mi perra somnolienta, de mis collares
inventados y de mis ramos de flores como piedras.
Pero no le digas nunca que me hundo en abismos
de preguntas, que el sol nunca aparece por mi cuarto,
que quiero huir y no esperar nada, que quiero largarme
junto con esa noche estrellada.
No le digas nunca que una parte de mi cuerpo esta muerto,
que una parte mas pequeña se fue
con el águila para hablar de secretos
y verdades, que otra parte se quedo en el mar cantando
junto con las olas mentiras no tan dolorosas.
No le digas tampoco que experimentare
mi propio vuelo desde donde hierve el agua
y aprenderé a crecer al lado del viejo árbol llamado el Tule.
Mucho menos le digas que dormiré
eternas noches en Mitla: lugar de descanso.
A ella no le digas nunca que moriré
llorando por su ausencia.
Sólo dile que gritare su nombre
desde la montaña más alta, que le cantare una noche
junto al amanecer mas largo
y la ola mas grande.
Sólo dile que espere mi último canto.
háblale de mi cicatriz al viento,
cuéntale de mi silla viuda
y de mis rotos huesos,
confíale mi secreto.
Escríbele de mi chopo de agua y de mi sauce de cristal,
de mis palabras altisonantes, de mis silencios,
de mi llanto sordo y de mi andar
cansado, de mis pies izquierdos y de mi cuarto azul.
Platícale de mi risa inconfundible, de mi diente roto,
de mi corta estatura, de mis zapatos de chabelo,
de mi camisa de franela, de mis pantuflas
como garras, de mi perra somnolienta, de mis collares
inventados y de mis ramos de flores como piedras.
Pero no le digas nunca que me hundo en abismos
de preguntas, que el sol nunca aparece por mi cuarto,
que quiero huir y no esperar nada, que quiero largarme
junto con esa noche estrellada.
No le digas nunca que una parte de mi cuerpo esta muerto,
que una parte mas pequeña se fue
con el águila para hablar de secretos
y verdades, que otra parte se quedo en el mar cantando
junto con las olas mentiras no tan dolorosas.
No le digas tampoco que experimentare
mi propio vuelo desde donde hierve el agua
y aprenderé a crecer al lado del viejo árbol llamado el Tule.
Mucho menos le digas que dormiré
eternas noches en Mitla: lugar de descanso.
A ella no le digas nunca que moriré
llorando por su ausencia.
Sólo dile que gritare su nombre
desde la montaña más alta, que le cantare una noche
junto al amanecer mas largo
y la ola mas grande.
Sólo dile que espere mi último canto.
DIBUJA MIS HERIDAS EN EL CIELO
DIBUJA MIS HERIDAS EN EL CIELO,
háblale de mi cicatriz al viento,
cuéntale de mi silla viuda
y de mis rotos huesos,
confíale mi secreto.
Escríbele de mi chopo de agua y de mi sauce de cristal,
de mis palabras altisonantes, de mis silencios,
de mi llanto sordo y de mi andar
cansado, de mis pies izquierdos y de mi cuarto azul.
Platícale de mi risa inconfundible, de mi diente roto,
de mi corta estatura, de mis zapatos de chabelo,
de mi camisa de franela, de mis pantuflas
como garras, de mi perra somnolienta, de mis collares
inventados y de mis ramos de flores como piedras.
Pero no le digas nunca que me hundo en abismos
de preguntas, que el sol nunca aparece por mi cuarto,
que quiero huir y no esperar nada, que quiero largarme
junto con esa noche estrellada.
No le digas nunca que una parte de mi cuerpo esta muerto,
que una parte mas pequeña se fue
con el águila para hablar de secretos
y verdades, que otra parte se quedo en el mar cantando
junto con las olas mentiras no tan dolorosas.
No le digas tampoco que experimentare
mi propio vuelo desde donde hierve el agua
y aprenderé a crecer al lado del viejo árbol llamado el Tule.
Mucho menos le digas que dormiré
eternas noches en Mitla: lugar de descanso.
A ella no le digas nunca que moriré
llorando por su ausencia.
Sólo dile que gritare su nombre
desde la montaña más alta, que le cantare una noche
junto al amanecer mas largo
y la ola mas grande.
Sólo dile que espere mi último canto.
háblale de mi cicatriz al viento,
cuéntale de mi silla viuda
y de mis rotos huesos,
confíale mi secreto.
Escríbele de mi chopo de agua y de mi sauce de cristal,
de mis palabras altisonantes, de mis silencios,
de mi llanto sordo y de mi andar
cansado, de mis pies izquierdos y de mi cuarto azul.
Platícale de mi risa inconfundible, de mi diente roto,
de mi corta estatura, de mis zapatos de chabelo,
de mi camisa de franela, de mis pantuflas
como garras, de mi perra somnolienta, de mis collares
inventados y de mis ramos de flores como piedras.
Pero no le digas nunca que me hundo en abismos
de preguntas, que el sol nunca aparece por mi cuarto,
que quiero huir y no esperar nada, que quiero largarme
junto con esa noche estrellada.
No le digas nunca que una parte de mi cuerpo esta muerto,
que una parte mas pequeña se fue
con el águila para hablar de secretos
y verdades, que otra parte se quedo en el mar cantando
junto con las olas mentiras no tan dolorosas.
No le digas tampoco que experimentare
mi propio vuelo desde donde hierve el agua
y aprenderé a crecer al lado del viejo árbol llamado el Tule.
Mucho menos le digas que dormiré
eternas noches en Mitla: lugar de descanso.
A ella no le digas nunca que moriré
llorando por su ausencia.
Sólo dile que gritare su nombre
desde la montaña más alta, que le cantare una noche
junto al amanecer mas largo
y la ola mas grande.
Sólo dile que espere mi último canto.
COLOR DE LITIO
COLOR DE LITIO
incandescente derramado
sobre tierra.
Color de gritos acallados
por el silencio del destierro.
Cuerpos que dan pasos largos
para esconderse.
Cuerpos mutilados por espinas decadentes.
Miradas que penetran
suave piel, sombras que detrás de ti
persiguen sangre, filosas dagas que hambrientas
están temblorosas.
incandescente derramado
sobre tierra.
Color de gritos acallados
por el silencio del destierro.
Cuerpos que dan pasos largos
para esconderse.
Cuerpos mutilados por espinas decadentes.
Miradas que penetran
suave piel, sombras que detrás de ti
persiguen sangre, filosas dagas que hambrientas
están temblorosas.
Fuego en tus ojos encuentro
Fuego en tus ojos encuentro cuando señalas la luna escondida,
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
Fuego en tus ojos encuentro cuando señalas la luna escondida,
Fuego en tus ojos encuentro cuando señalas la luna escondida,
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
Fuego en tus ojos encuentro cuando señalas la luna escondida,
Fuego en tus ojos encuentro cuando señalas la luna escondida,
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
cuando gritas a los astros tu pasión desnuda.
Lumbre en tu boca encuentro cuando tu delirio centellante descubro,
tus manos en brasa se convierten al dibujar con arrebato
el incendio que carcome mi fogata interna.
Resplandece tu piel cuando palabras necias ensordecen,
arde tu lengua cuando la furia del silencio reclama.
Prendemos luces cuando juntas dibujamos estrellas marinas,
derretimos corazas, incendiamos caretas
cuando el alma descubierta se encuentra.
Ímpetu carmesí se vuelve aquello que somos y que hemos sido
Porque la llama en llamarada se transforma al mencionarnos
cuando la brasa se muda de lumbrera, cuando
chispeante se convierte el amor que no se dice,
el amor que se pregona sin mover los labios:
como un beso.
sin tìtulo
El tiempo termina y tu sigues sin estar ahí,
las cinco cuarenta y tu sigues sin llegar,
la madre muere, un siglo acaba,
las nubes van y vienen, la realidad se esfuma,
el mar se evapora, un mundo muere, el azul
te envuelve y yo supongo que sigues sin estar ahí.
Miro a lo lejos el mar intenso de tu faz,
Tu melancolía saluda mi espalda y me da palmadas
en la cara,
Disimulas tu latido, se estremece tu poema y llenas el espacio vital del invencible viento.
El tiempo termina y tu sigues sin estar ahí.
las cinco cuarenta y tu sigues sin llegar,
la madre muere, un siglo acaba,
las nubes van y vienen, la realidad se esfuma,
el mar se evapora, un mundo muere, el azul
te envuelve y yo supongo que sigues sin estar ahí.
Miro a lo lejos el mar intenso de tu faz,
Tu melancolía saluda mi espalda y me da palmadas
en la cara,
Disimulas tu latido, se estremece tu poema y llenas el espacio vital del invencible viento.
El tiempo termina y tu sigues sin estar ahí.
AGONIA
AGONIA
24 posturas
24 silencios
24 murmullos
24 palabras
24 besos
numero dichoso que se encuentra en el brebaje del amor
numero preciso numero exacto numero profundo numero vagabundo numero eterno
24 días 24 noches son las que estuve contigo
24 semanas 24 horas son las que tengo para olvidarte
24 segundos 24 caricias son las que tu me diste durante 24 tardes y 24 miradas
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No me regales 24 besos 24 posturas
24 murmullos 24 silencios
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que estoy muriendo
No vez que cada noche rezo por tus poros abiertos
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que mi cabeza divaga
No vez que mi cabeza anda de baga
Mujer... ya no lo hagas
Ya no me toques 24 veces antes de tomarme
Ya no me eleves durante 24 olas antes de matarme
Ya no me hables durante 24 años
para poder olvidarte
Ya no alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que estoy muriendo
24 posturas
24 silencios
24 murmullos
24 palabras
24 besos
numero dichoso que se encuentra en el brebaje del amor
numero preciso numero exacto numero profundo numero vagabundo numero eterno
24 días 24 noches son las que estuve contigo
24 semanas 24 horas son las que tengo para olvidarte
24 segundos 24 caricias son las que tu me diste durante 24 tardes y 24 miradas
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No me regales 24 besos 24 posturas
24 murmullos 24 silencios
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que estoy muriendo
No vez que cada noche rezo por tus poros abiertos
No alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que mi cabeza divaga
No vez que mi cabeza anda de baga
Mujer... ya no lo hagas
Ya no me toques 24 veces antes de tomarme
Ya no me eleves durante 24 olas antes de matarme
Ya no me hables durante 24 años
para poder olvidarte
Ya no alargues agonías mujer
No lo hagas
No vez que estoy muriendo
NEBLINA CUBIERTA DE SOMBRAS
NEBLINA CUBIERTA DE SOMBRAS,
visión imaginaria del sol,
colores sombríos observo tras el recuerdo,
perpleja la mirada está en algún sitio,
inmóvil se queda,
llena de asombro por una visión blanquecina,
por una imagen fantasmal.
Nada ha pasado tras el camino
que ahora existe infeliz
en esta noche.
Busco entre mi sombra
lo que no encuentro en mis manos,
la piso diario como reproche,
le demando que me hable.
Aún no encuentro palabras
para reclamarle que soy un idioma sin sentido.
Mis párpados me aturden ahora
que el cíclope nocturno ha llegado
a este laberinto de tinieblas.
Sigo acorralada entre líneas yuxtapuestas,
entre caminos cortados que van a ninguna parte.
Sigo mutilando a las palabras dichas,
prefiero escuchar el silencio.
El duelo de miradas es más pesado a cada hora.
El viento prefiere evadir mi derrota.
No soporta mi caída y pide tiempo
por un tiempo no vivido.
Mística es la palabra no dicha,
legendaria es la palabra que descifra.
Sigue sangrando mi sombra y le sigo
pisando a cada hora.
Las voces no mueren con el día
ni se evaporan con el miedo,
la fuerza llega a ellas
con alucinaciones fúnebres
en medio de explosiones lentas.
visión imaginaria del sol,
colores sombríos observo tras el recuerdo,
perpleja la mirada está en algún sitio,
inmóvil se queda,
llena de asombro por una visión blanquecina,
por una imagen fantasmal.
Nada ha pasado tras el camino
que ahora existe infeliz
en esta noche.
Busco entre mi sombra
lo que no encuentro en mis manos,
la piso diario como reproche,
le demando que me hable.
Aún no encuentro palabras
para reclamarle que soy un idioma sin sentido.
Mis párpados me aturden ahora
que el cíclope nocturno ha llegado
a este laberinto de tinieblas.
Sigo acorralada entre líneas yuxtapuestas,
entre caminos cortados que van a ninguna parte.
Sigo mutilando a las palabras dichas,
prefiero escuchar el silencio.
El duelo de miradas es más pesado a cada hora.
El viento prefiere evadir mi derrota.
No soporta mi caída y pide tiempo
por un tiempo no vivido.
Mística es la palabra no dicha,
legendaria es la palabra que descifra.
Sigue sangrando mi sombra y le sigo
pisando a cada hora.
Las voces no mueren con el día
ni se evaporan con el miedo,
la fuerza llega a ellas
con alucinaciones fúnebres
en medio de explosiones lentas.
EL TIEMPO ES EL HACEDOR
EL TIEMPO ES EL HACEDOR de un recuerdo
acompañándolo también el silencio, la quimera errabunda, el sueño y rara vez, pero muy rara vez el viejo y cansado entusiasmo.
Siendo así tan sólo un murmullo salvaje aquella pelota de plástico con la que jugaba de niña en mi calle llamada azucena. De igual manera evoco con gran frecuencia la magia de la lluvia que provocó, al caer en mis manos pequeñas y frías, olvidarme de aquel desierto fugaz, que no hacía otra cosa mas que empañar el espejo de mi corta, pero tatuada existencia.
Podría decir incluso que la luna y el reloj han sido tolerantes conmigo, porque al pasar diario por el laberinto cansado de mi cuerpo no he encontrado mas que una oreja roja, un zapato viejo, un violonchelo roto, saliva de color azul y definitivamente una mujer llamada salud extraviada desde hace unos veinte años, convirtiéndome así cada noche en un
animal moribundo lleno de luz, que tan sólo puede observar un vitral negro, en donde paradójicamente se esconde una paloma, un caracol, un monte y un camino por el cual algún día, cansada de hacer viajes al interior de mi ser, regresaré a casa, olvidando aquella pequeña aguja instalada en mis fantasías por la mismísima
parca, olvidando también que mi alma se hizo picadillo, mi ser basura y mi cabeza sangre, refiriéndome al poco líquido vital que queda en el cuerpo decadente que soy,
que he sido y aunque he intentado cambiar el rumbo de mi vida andando entre cantina y canchas repletas de hierba amoratada, porque sé bien que no viene al caso pero entre el tenis y mi padre golfista, el trayecto de mis pasos no han sido muy delineados.
Así que por el día de hoy termino este intento
de poesía, convirtiéndose después en confesiones de mi entrañable amiga de nombre soledad.
acompañándolo también el silencio, la quimera errabunda, el sueño y rara vez, pero muy rara vez el viejo y cansado entusiasmo.
Siendo así tan sólo un murmullo salvaje aquella pelota de plástico con la que jugaba de niña en mi calle llamada azucena. De igual manera evoco con gran frecuencia la magia de la lluvia que provocó, al caer en mis manos pequeñas y frías, olvidarme de aquel desierto fugaz, que no hacía otra cosa mas que empañar el espejo de mi corta, pero tatuada existencia.
Podría decir incluso que la luna y el reloj han sido tolerantes conmigo, porque al pasar diario por el laberinto cansado de mi cuerpo no he encontrado mas que una oreja roja, un zapato viejo, un violonchelo roto, saliva de color azul y definitivamente una mujer llamada salud extraviada desde hace unos veinte años, convirtiéndome así cada noche en un
animal moribundo lleno de luz, que tan sólo puede observar un vitral negro, en donde paradójicamente se esconde una paloma, un caracol, un monte y un camino por el cual algún día, cansada de hacer viajes al interior de mi ser, regresaré a casa, olvidando aquella pequeña aguja instalada en mis fantasías por la mismísima
parca, olvidando también que mi alma se hizo picadillo, mi ser basura y mi cabeza sangre, refiriéndome al poco líquido vital que queda en el cuerpo decadente que soy,
que he sido y aunque he intentado cambiar el rumbo de mi vida andando entre cantina y canchas repletas de hierba amoratada, porque sé bien que no viene al caso pero entre el tenis y mi padre golfista, el trayecto de mis pasos no han sido muy delineados.
Así que por el día de hoy termino este intento
de poesía, convirtiéndose después en confesiones de mi entrañable amiga de nombre soledad.
Tres ensayos nauseabundos
“LA NÁUSEA” de Jean Paul Sartre
¿Haz sentido náusea al hacer un recuento de tu vida?
¿Haz visto acaso en ojos de otro parte de tu existencia perdida?
¿Te encontraste en alguna ocasión en la mirada de aquello que desdeñas?
Absurdo es todo esto pero ocurre. Absurdo es la palabra que Jean Paul Sartre no encuentra y lo dice por medio de uno de sus personajes llamado Roquentin. Absurda es la vida y existe, aunque neguemos su existencia y la propia y la de todos. Absurda es la conciencia que nos muestra nuestra existencia al final del camino
“La náusea” libro, novela, ensayo filosófico de Sartre publicado por vez primera en 1938.
Personaje principal: Roquentin: historiador de 30 años que platica por medio de un diario sobre 22 días vividos intensamente en un lugar llamado Bouville. En éste diario habla de la no existencia, de la soledad, del amor perdido y del tiempo olvidado, de la ausencia y de una sensación extraña y recurrente: la náusea. Ésta sensación le viene cada vez que teme, que pierde el control de la situación, aparece como síntoma de algo inexistente, de él mismo. Él, insiste en gran parte del texto que no existe, está pero no existe, se lastima una mano sólo para observar su sangre y demostrarse que esa sangre ya no es suya y que tal vez jamás lo ha sido. Discurso utilizado como por un loco que olvida su cordura en un café lleno de extraños. Habla de todos, describe todo, la vida a su alrededor, las sensaciones, la soledad perdida en calles repletas de gente. Dice que escribe sobre otro, sobre la historia de otro, pero en realidad escribe su propia historia para decirse una y otra vez que existe en medio de lo absurdo, en medio del desamor y del olvido.
No es estrictamente una novela, es un ensayo escrito por Roquentin seguido de la voz de Sartre. Discurso existencialista que por medio de un monólogo interno deja ver la ideología filosófica del autor. Monólogo que desespera al lector porque parece llevar a ninguna parte; harta, fastidia, embota la cabeza de todo espectador porque parece que sólo habla habla habla y no quiere llevarnos a ninguna parte. De repente provoca náusea, desencanto, tristeza, melancolía, infinito vacío y soledad. De repente nos invita un café para observar al mundo desde sus ojos. Todo lo que piensa escribe y todo lo que escribe lo piensa después de escribirlo, aunque se niegue a pensar y pelee con él mismo porque ya no quiere pensar, porque ya no quiere existir ni pensar en ello. Roquentin escribe y cuestiona, es incisivo en sus comentarios, es duro en su crítica, quiere escribir la historia de otro para encontrarse en ella y encontrarse así en la vida, quiere descubrirse por medio de los otros. Cuestiona lo que es y critica todo aquello que se le parece. Si en algún momento el lector se ve reflejado no es mera coincidencia, es porque es parte de la condición humana, es parte de todo aquello que habla de la misma cosa: la conciencia humana.
Roquentin quiere escribir un libro, cree que eso le salvará la vida, cree que eso le recordará su existencia sin tanto dolor ni padecimiento, cree que vale la pena escribir un libro sobre alguien más que no es él. Habla de 22 días, mejor dicho de 23 si contamos aquel día que no fechó por temor a ser una ‘linda nena’ que escribe un diario cualquiera, cursi, aburrido y melancólico.
El personaje principal divaga por las calles y cuando cree que está perdido, cuando cree esfumarse en medio de la noche y en medio de sus delirios llenos de cordura, visita una cafetería para llenarse de gente y escribir sobre ella. Escucha conversaciones ajenas, hiere por medio de su palabra la intimidad de los otros, cosa no tan dolorosa porque nadie se entera. Cuando parece que el personaje está sólo surge en escena el amor de su vida: Anny, ella le manda llamar para demostrarle que el tiempo no se detiene y que ella está muy cambiada. Se ven, se escuchan pero ya no se encuentran en sus miradas, ya no hay cabida para caricias y promesas, ya no hay tiempo para besos ni recuerdos. Ella le dice que le agrada que él no haya cambiado porque así le demuestra que el tiempo pasado no está del todo perdido y le demuestra también que el pasado ha existido, porque de repente se olvida. Olvido provocado por las jugarretas que suele jugarnos la memoria.
Ella, muy diferente a como él la recordaba, habla sin detenerse, le pregunta a Roquentin sobre su vida, pero sólo para poder hablar de ella. Es de las personas que preguntan pero no esperan, no quieren una respuesta, sólo quieren hablar de ellas. Roquentin aun ama a Anny y no le importan sus cambios, ni su peso, ni su descaro ante la vida. Ella ya tiene una vida, él no se entromete, se va, se aleja como el niño que sale de un zoológico lleno de esperanza de volver algún día.
Camina, se despide de una ciudad que comienza a olvidarle. Porque siempre pasa que cuando uno se despide todo mundo le ama, todo mundo se torna feliz por su viaje, ¿será que se alegran de nuestra próxima ausencia? ¿Será que les hace feliz nuestro viaje porque así se desharán de nosotros? Eso le pasa a Roquentin minutos antes de irse, le aman, aunque en ese momento se siente de ninguna parte, porque Bouville se convirtió en tierra de nadie, él no era de ahí ni de París, su próxima parada.
En suma, es una historia llena de locura como única salida, como único medio en el que la angustia se esfuma.
Es la historia de un historiador que va a una ciudad buscando la historia de un personaje del siglo XVIII, pero no encuentra nada, sólo encuentra su propia ausencia y su vacío aumentado por una lupa llamada conciencia, llamada también ‘no existencia’. Ahí cuestiona a la condición humana, habla de su existencia, habla de lo absurdo de la existencia, habla de la náusea que provoca estar vivo, del miedo que nace cuando el abismo llamado vida se acerca para intimidarnos y hacernos sentir vulnerables. Encuentra también a un amor casi perdido, casi olvidado, encuentra a un hombre que le habla del humanismo, del amor a los demás aunque esto sea siempre una farsa. En medio del viaje renuncia a la idea de escribir un libro de alguien a quien no conoce y se marcha a París, porque ya no tiene nada qué hacer ahí. No tiene amigos, ni amores ni recuerdos. Se va para seguir siendo nada en otro parte...
“LA NÁUSEA” de Jean Paul Sartre
La náusea es una sensación desagradable en el abdomen que puede concluir con el vómito. El vómito es la expulsión violenta (voluntaria o involuntaria) del contenido del estómago a través de la boca y es una forma del organismo para eliminar las sustancias nocivas. Tanto la náusea como el vómito no constituyen un padecimiento sino síntomas de diversas condiciones... Roquentin, personaje principal de la novela “La náusea” de Jean Paul Sartre, presenta uno de éstos síntomas: náusea, que continua, precedida de angustia y miedo. Tal vez somatiza su miedo y frustración ante la vida que deben salir de alguna forma y lo manifiesta por medio de la náusea, la cual se presenta con salivación y al ser una forma del organismo para eliminar sustancias nocivas, simboliza entonces que por medio de la boca se expulsan palabras, sensaciones, amor y odio. Por medio de las palabras que salen de la boca nombramos lo que existe y lo que está y si aun no tiene nombre lo que necesitamos nombrar, tomamos el papel de Dios y nosotros le encontramos un nombre (necesidad del hombre de pertenecer, nombrar, significar).Roquentin es un eterno observador y crítico del mundo. Menciona siempre lo que observa, lo escribe en un diario en el que él podrá encontrarse si es que algún día decide leerlo en voz alta. Él escribe o quiere escribir sobre un personaje y al no poder hacerlo, prefiere irse a París. Comienza Roquentin diciendo que tal vez lo mejor sea escribir un libro para conocerse, porque no hay ningún amigo que lo nombre, por lo tanto él no existe para nadie, está sólo y por lo tanto no existe. ¿Entonces sobre qué escribir?Cualquiera que se atreva a nombrar lo impronunciable se identificará con Roquentin, porque los fuertes comentarios de la vida cotidiana de 1932, según fecha del diario en el que además de hacer un recuento de sus actividades diarias, hace una fuerte crítica de los prototipos de personajes cotidianos, mundanos, vulgares y llenos de desamor, cólera, angustia, enojo, ternura...El personaje principal se debate entre el bien y el mal, entre la existencia de su persona y la no existencia, entre el absurdo de la vida y del amor, del olvido y del tiempo que nunca se detiene para pedirnos un favor. Cualquiera con ánimo y fuerza para hacer una crítica severa de sí mismo y de los demás se verá identificado con el personaje principal.“La náusea” escrita por Sartre es una visión particular, no por eso menos aguda y concisa de una época, de un círculo cerrado de personas, de una forma de vida llena de carencias. Describe excelentemente escenas cotidianas, en éste caso el autor es un filósofo y por ello Sartre no escribe una novela, sino un ensayo enorme sobre existencialismo, sobre posturas filosóficas y termina cuestionando a todas. Su personaje habla desde la boca de Sartre y desde ahí observa, cuestiona y se defiende. Porque la crítica es al final un mecanismo de defensa así como su eterna voz que jamás se calla. La ausencia de silencio en una persona indica miedo a la soledad, a la compañía, le teme a la gente y a los habladores, a los que no se permiten ser juez y parte. Roquentin muestra día a día sus sensaciones, muestra una cotidianidad llena de sensaciones intensas, de pasión y no hablo lentamente de la excitación física, sino mental. Existen otros personajes: ‘el Autodidacta’, es el claro ejemplo del que sabe mucho pero no sabe aplicarlo, del que lee siempre y habla de lo que ha leído, pero de la vida no sabe nada, del que se refugia en los libros imaginando que eso le dará poder algún día, el que dice que le interesa la gente pero en realidad sólo le interesa él en este mundo, los demás no le importan, sólo lo dice para aparentar conmiseración y se le catalogue como buena persona. Otro personaje que aparece y tal vez es mucho más sincera, es la señora, la dama Françoise, personaje que se relaciona sólo sexualmente con Roquentin, es la dueña de una casa de citas, casa donde él se hospeda mientras está en Bouville. Otro personaje es Anny, el eterno amor de Ronquentin, por ella vive o así lo comenta en su diario, porque sólo por unos días el encuentro con Anny es lo único que le mantiene vivo. Anny, mujer cambiada por los años, mujer cínica no por gusto si no por necesidad porque la vida provoca cinismo cuando es sarcástica con nuestros sueños. Anny busca a Roquentin no para hablar de amor sino para despedirse de su pasado, a su manera nada sutil, pero efectiva.La época del a que habla Sartre no es muy distinta a la de ahora, si nos proponemos el trabajo de salir diario a un café y escribir sobre las características mundanas , visibles e invisibles de la gene, saldrá algo muy parecido a “La Náusea”, no con esto menosprecio el trabajo de un filósofo, simplemente comento que la esencia de la humanidad sigue intacta porque es y será siempre la misma. Siendo pesimista, somos egoístas, locos en potencia, farsantes por necesidad o gusto, buscamos el placer aunque lo enmascaremos de inocencia o de bondad, pero todo al final es un disfraz. “Siempre es la misma función, el mismo espectador, el mismo teatro en el que tantas veces actuó y perder la razón en un juego tan real, quizás fuera un error... cúrame esta herida por favor...” Buscamos ayuda siempre por medio de la locura o de la cordura, por medio de la palabra o del silencio. Roquentin era filósofo, no historiador...
“¿Qué demonios ocurre cuando miradas no se encuentran?...”
“La Náusea” de Jean Paul Sartre
Lunes. No importa la fecha ni la hora. Es Léon, México.
Despierto llena de miedo convencida de mi no existencia. Me observo al espejo y me entero de que hay un reflejo en él que definitivamente no soy yo. Salgo de la casa, encuentro a gente extraña que sonríe, que invitan a tomar café siempre y cuando vaya sola.
¿Existo o todo es un sueño, todos están organizados para mentirme esta noche?
Martes.
Me siento incomoda, no hice nada, pero aun así me siento como puta. Sonreí cuando no quería hacerlo, hablé cuando prefería callar ante las estupideces de todos, ante las banalidades y los logros de los demás. Me interesa una mierda que mi mejor amiga sea la mejor de la clase, me interesa un carajo que mi novio me ame. Estas mis piernas se mueven dentro del espejo, estas mis manos tocan una cara que no es la mía, hay un cuerpo del otro lado del espejo que definitivamente no es el mío. Doy un grito lastimero y no recuerdo mi nombre.
Miércoles
Despierto, hay clase, como siempre. Debo hacer un ensayo sobre “La Náusea” de Jean Paul Sartre, pero no encuentro el momento para hacerlo. Salgo de casa y callo frente a un profesor que dice saberlo todo pero miente, yo sé que miente inevitablemente, le pagan por mentir, le pagan para que nos hable de cosas inexistentes, de utopías; nos pondrá buena calificación a todos, no quiere perder su empleo, no debe perderlo porque tal vez tiene hijos y esposa que mantener. Una amiga me habla de su novio, me cuenta de lo bien que les fue ayer en el antro, me dice que extrañó mi presencia, que hubiera ido. Algo pasa, ella de repente se calla y sólo balbucea, ella ya no es ella y se desvanece. Me quedo sola en medio de la escuela, todos se han ido. Salgo de ahí convencida más que nunca que todo es mentira.
Llego a un café, saco mi libreta y escribo: siento náusea, tanta información dada por mi amiga me ha provocado náusea, sus palabras entrelazadas por muletillas llenas de vacío han provocado náusea. Escribo sobre Sartre, y pienso en su filosofía y en su náusea, en esa sensación tan desagradable que le ocasiona a Roquentin, su personaje principal. Quisiera hablar de las personas como él lo hizo en su diario, quisiera tener la claridad para escribir sobre todo lo que me rodea, quisiera escribir un libro aunque éste me llevara a la muerte, a una tristeza inmensa, eterna. Quisiera hablar de otros y así descubrirme. Sería como una selva descubierta por todos excepto por mí. Espera un momento... ¿no hacen eso las putas?
Quisiera escribir detalladamente sobre cada sensación vivida en el transcurso de mi día, soy una persona de poca edad ¿qué puedo vivir? Siempre preguntan mis padres, no me dan la oportunidad de vivir intensamente como todo adolescente. No puedo terminar el ensayo sobre Sartre...
Jueves
Despierto temprano para ir a clases, decidida estoy de escuchar y aprender, de platicar y convivir sin esfumarme. Hay un momento libre entre clase y clase, voy a la cafetería por un café y escribo más sobre el personaje de Sartre: Roquentin. ¿Realmente estaba sólo? ¿Realmente quería escribir un libro? La náusea que sentía ¿qué significaba?. Su amada Anny decía la verdad sobre el pasado y lo perdido, ¿porqué él no había intentado alcanzarla y rogarle y suplicarle que no se fuera?... yo lo hubiera hecho. Ellos solamente al despedirse, sólo se miraron como cuando una persona al morir se queda con los ojos abiertos sin despedirse. Así, como viendo la nada y como viendo sólo un punto fijo. ¿Porqué es tan cruel la vida? ¿Porqué el amor se esfuma y no queda nada, sino desprecio, indiferencia?...
Dos horas más tarde...
No he entrado a clase, debo hacer el ensayo porque es para ahora. Roquentin dice verdades fuertes para el oído, en alguna descripción que hace de él mismo o de los muñecos que tiene alrededor, la persona que lee se siente identificado.
Habla de cada una de las sensaciones vividas, de lo que observa. Escucha Jazz y lo comenta, observa peleas de amantes, despedidas, encuentros. En cada uno de ellos se ve reflejado, existe a partir de ellos. Al final del libro muestra Roquentin su amabilidad hacia una persona que le causaba cierto desprecio, el autodidacta. Le cura o intenta curarle heridas, no le juzga porque ya bastante lo ha hecho, se despide de una ciudad y de un proyecto y de una vida y de su amada y de él mismo, porque esos días vividos en Bouville le han cambiado. Ahí dejó parte de náusea, ahí dejó una vida como historiador. Es curioso cómo el que escribe siempre encuentra absurdo ese trabajo: escribir un libro no sirve de nada, sin embargo lo escriben y dentro de la trama dicen que sirve para nada.
Este diario es un ejemplo absurdo tal vez, de “La náusea” de Jean Paul Sartre, en ese diario él detalla a conciencia todo lo que vive, lo que le duele, lo que le hace ilusión y por medio de éste casi monólogo él describe a una sociedad del año 1932, escribe sobre los intereses de un filósofo e historiador. Cuenta desde su lucidez momentos de completa cordura. Hubo líneas que sentía vacías, pero todo se lleno con la última frase dicha por el personaje. Al final de un libro todo toma forma, todo se entiende, la angustia cesa, se evapora y uno comprende todo, comprende uno más si regresa a releer las primeras líneas, es ahí cuando a Sartre se le entiende por completo o un poco más, al menos.
¿ De algo servirá escribir la biografía de Sartre?
Filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político, es uno de los principales representantes del existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905; estudió en la École Normale Supérieure de esa ciudad, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto Francés de Berlín. Enseñó filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército. Desde 1940 hasta 1941 fue prisionero de los alemanes; después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y más tarde en París, y participó en la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas, desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro antiautoritaria Las moscas (1943) y la publicación de su trabajo filosófico más célebre El ser y la nada (1943). Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó, con Simone de Beauvoir entre otros, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Se le consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la guerra fría. En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia. Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor. Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Martin Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única llamada existencialismo. Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la literatura, la psicología y la acción política suscitó un amplio interés popular que hizo del existencialismo un movimiento mundial.
¿Haz sentido náusea al hacer un recuento de tu vida?
¿Haz visto acaso en ojos de otro parte de tu existencia perdida?
¿Te encontraste en alguna ocasión en la mirada de aquello que desdeñas?
Absurdo es todo esto pero ocurre. Absurdo es la palabra que Jean Paul Sartre no encuentra y lo dice por medio de uno de sus personajes llamado Roquentin. Absurda es la vida y existe, aunque neguemos su existencia y la propia y la de todos. Absurda es la conciencia que nos muestra nuestra existencia al final del camino
“La náusea” libro, novela, ensayo filosófico de Sartre publicado por vez primera en 1938.
Personaje principal: Roquentin: historiador de 30 años que platica por medio de un diario sobre 22 días vividos intensamente en un lugar llamado Bouville. En éste diario habla de la no existencia, de la soledad, del amor perdido y del tiempo olvidado, de la ausencia y de una sensación extraña y recurrente: la náusea. Ésta sensación le viene cada vez que teme, que pierde el control de la situación, aparece como síntoma de algo inexistente, de él mismo. Él, insiste en gran parte del texto que no existe, está pero no existe, se lastima una mano sólo para observar su sangre y demostrarse que esa sangre ya no es suya y que tal vez jamás lo ha sido. Discurso utilizado como por un loco que olvida su cordura en un café lleno de extraños. Habla de todos, describe todo, la vida a su alrededor, las sensaciones, la soledad perdida en calles repletas de gente. Dice que escribe sobre otro, sobre la historia de otro, pero en realidad escribe su propia historia para decirse una y otra vez que existe en medio de lo absurdo, en medio del desamor y del olvido.
No es estrictamente una novela, es un ensayo escrito por Roquentin seguido de la voz de Sartre. Discurso existencialista que por medio de un monólogo interno deja ver la ideología filosófica del autor. Monólogo que desespera al lector porque parece llevar a ninguna parte; harta, fastidia, embota la cabeza de todo espectador porque parece que sólo habla habla habla y no quiere llevarnos a ninguna parte. De repente provoca náusea, desencanto, tristeza, melancolía, infinito vacío y soledad. De repente nos invita un café para observar al mundo desde sus ojos. Todo lo que piensa escribe y todo lo que escribe lo piensa después de escribirlo, aunque se niegue a pensar y pelee con él mismo porque ya no quiere pensar, porque ya no quiere existir ni pensar en ello. Roquentin escribe y cuestiona, es incisivo en sus comentarios, es duro en su crítica, quiere escribir la historia de otro para encontrarse en ella y encontrarse así en la vida, quiere descubrirse por medio de los otros. Cuestiona lo que es y critica todo aquello que se le parece. Si en algún momento el lector se ve reflejado no es mera coincidencia, es porque es parte de la condición humana, es parte de todo aquello que habla de la misma cosa: la conciencia humana.
Roquentin quiere escribir un libro, cree que eso le salvará la vida, cree que eso le recordará su existencia sin tanto dolor ni padecimiento, cree que vale la pena escribir un libro sobre alguien más que no es él. Habla de 22 días, mejor dicho de 23 si contamos aquel día que no fechó por temor a ser una ‘linda nena’ que escribe un diario cualquiera, cursi, aburrido y melancólico.
El personaje principal divaga por las calles y cuando cree que está perdido, cuando cree esfumarse en medio de la noche y en medio de sus delirios llenos de cordura, visita una cafetería para llenarse de gente y escribir sobre ella. Escucha conversaciones ajenas, hiere por medio de su palabra la intimidad de los otros, cosa no tan dolorosa porque nadie se entera. Cuando parece que el personaje está sólo surge en escena el amor de su vida: Anny, ella le manda llamar para demostrarle que el tiempo no se detiene y que ella está muy cambiada. Se ven, se escuchan pero ya no se encuentran en sus miradas, ya no hay cabida para caricias y promesas, ya no hay tiempo para besos ni recuerdos. Ella le dice que le agrada que él no haya cambiado porque así le demuestra que el tiempo pasado no está del todo perdido y le demuestra también que el pasado ha existido, porque de repente se olvida. Olvido provocado por las jugarretas que suele jugarnos la memoria.
Ella, muy diferente a como él la recordaba, habla sin detenerse, le pregunta a Roquentin sobre su vida, pero sólo para poder hablar de ella. Es de las personas que preguntan pero no esperan, no quieren una respuesta, sólo quieren hablar de ellas. Roquentin aun ama a Anny y no le importan sus cambios, ni su peso, ni su descaro ante la vida. Ella ya tiene una vida, él no se entromete, se va, se aleja como el niño que sale de un zoológico lleno de esperanza de volver algún día.
Camina, se despide de una ciudad que comienza a olvidarle. Porque siempre pasa que cuando uno se despide todo mundo le ama, todo mundo se torna feliz por su viaje, ¿será que se alegran de nuestra próxima ausencia? ¿Será que les hace feliz nuestro viaje porque así se desharán de nosotros? Eso le pasa a Roquentin minutos antes de irse, le aman, aunque en ese momento se siente de ninguna parte, porque Bouville se convirtió en tierra de nadie, él no era de ahí ni de París, su próxima parada.
En suma, es una historia llena de locura como única salida, como único medio en el que la angustia se esfuma.
Es la historia de un historiador que va a una ciudad buscando la historia de un personaje del siglo XVIII, pero no encuentra nada, sólo encuentra su propia ausencia y su vacío aumentado por una lupa llamada conciencia, llamada también ‘no existencia’. Ahí cuestiona a la condición humana, habla de su existencia, habla de lo absurdo de la existencia, habla de la náusea que provoca estar vivo, del miedo que nace cuando el abismo llamado vida se acerca para intimidarnos y hacernos sentir vulnerables. Encuentra también a un amor casi perdido, casi olvidado, encuentra a un hombre que le habla del humanismo, del amor a los demás aunque esto sea siempre una farsa. En medio del viaje renuncia a la idea de escribir un libro de alguien a quien no conoce y se marcha a París, porque ya no tiene nada qué hacer ahí. No tiene amigos, ni amores ni recuerdos. Se va para seguir siendo nada en otro parte...
“LA NÁUSEA” de Jean Paul Sartre
La náusea es una sensación desagradable en el abdomen que puede concluir con el vómito. El vómito es la expulsión violenta (voluntaria o involuntaria) del contenido del estómago a través de la boca y es una forma del organismo para eliminar las sustancias nocivas. Tanto la náusea como el vómito no constituyen un padecimiento sino síntomas de diversas condiciones... Roquentin, personaje principal de la novela “La náusea” de Jean Paul Sartre, presenta uno de éstos síntomas: náusea, que continua, precedida de angustia y miedo. Tal vez somatiza su miedo y frustración ante la vida que deben salir de alguna forma y lo manifiesta por medio de la náusea, la cual se presenta con salivación y al ser una forma del organismo para eliminar sustancias nocivas, simboliza entonces que por medio de la boca se expulsan palabras, sensaciones, amor y odio. Por medio de las palabras que salen de la boca nombramos lo que existe y lo que está y si aun no tiene nombre lo que necesitamos nombrar, tomamos el papel de Dios y nosotros le encontramos un nombre (necesidad del hombre de pertenecer, nombrar, significar).Roquentin es un eterno observador y crítico del mundo. Menciona siempre lo que observa, lo escribe en un diario en el que él podrá encontrarse si es que algún día decide leerlo en voz alta. Él escribe o quiere escribir sobre un personaje y al no poder hacerlo, prefiere irse a París. Comienza Roquentin diciendo que tal vez lo mejor sea escribir un libro para conocerse, porque no hay ningún amigo que lo nombre, por lo tanto él no existe para nadie, está sólo y por lo tanto no existe. ¿Entonces sobre qué escribir?Cualquiera que se atreva a nombrar lo impronunciable se identificará con Roquentin, porque los fuertes comentarios de la vida cotidiana de 1932, según fecha del diario en el que además de hacer un recuento de sus actividades diarias, hace una fuerte crítica de los prototipos de personajes cotidianos, mundanos, vulgares y llenos de desamor, cólera, angustia, enojo, ternura...El personaje principal se debate entre el bien y el mal, entre la existencia de su persona y la no existencia, entre el absurdo de la vida y del amor, del olvido y del tiempo que nunca se detiene para pedirnos un favor. Cualquiera con ánimo y fuerza para hacer una crítica severa de sí mismo y de los demás se verá identificado con el personaje principal.“La náusea” escrita por Sartre es una visión particular, no por eso menos aguda y concisa de una época, de un círculo cerrado de personas, de una forma de vida llena de carencias. Describe excelentemente escenas cotidianas, en éste caso el autor es un filósofo y por ello Sartre no escribe una novela, sino un ensayo enorme sobre existencialismo, sobre posturas filosóficas y termina cuestionando a todas. Su personaje habla desde la boca de Sartre y desde ahí observa, cuestiona y se defiende. Porque la crítica es al final un mecanismo de defensa así como su eterna voz que jamás se calla. La ausencia de silencio en una persona indica miedo a la soledad, a la compañía, le teme a la gente y a los habladores, a los que no se permiten ser juez y parte. Roquentin muestra día a día sus sensaciones, muestra una cotidianidad llena de sensaciones intensas, de pasión y no hablo lentamente de la excitación física, sino mental. Existen otros personajes: ‘el Autodidacta’, es el claro ejemplo del que sabe mucho pero no sabe aplicarlo, del que lee siempre y habla de lo que ha leído, pero de la vida no sabe nada, del que se refugia en los libros imaginando que eso le dará poder algún día, el que dice que le interesa la gente pero en realidad sólo le interesa él en este mundo, los demás no le importan, sólo lo dice para aparentar conmiseración y se le catalogue como buena persona. Otro personaje que aparece y tal vez es mucho más sincera, es la señora, la dama Françoise, personaje que se relaciona sólo sexualmente con Roquentin, es la dueña de una casa de citas, casa donde él se hospeda mientras está en Bouville. Otro personaje es Anny, el eterno amor de Ronquentin, por ella vive o así lo comenta en su diario, porque sólo por unos días el encuentro con Anny es lo único que le mantiene vivo. Anny, mujer cambiada por los años, mujer cínica no por gusto si no por necesidad porque la vida provoca cinismo cuando es sarcástica con nuestros sueños. Anny busca a Roquentin no para hablar de amor sino para despedirse de su pasado, a su manera nada sutil, pero efectiva.La época del a que habla Sartre no es muy distinta a la de ahora, si nos proponemos el trabajo de salir diario a un café y escribir sobre las características mundanas , visibles e invisibles de la gene, saldrá algo muy parecido a “La Náusea”, no con esto menosprecio el trabajo de un filósofo, simplemente comento que la esencia de la humanidad sigue intacta porque es y será siempre la misma. Siendo pesimista, somos egoístas, locos en potencia, farsantes por necesidad o gusto, buscamos el placer aunque lo enmascaremos de inocencia o de bondad, pero todo al final es un disfraz. “Siempre es la misma función, el mismo espectador, el mismo teatro en el que tantas veces actuó y perder la razón en un juego tan real, quizás fuera un error... cúrame esta herida por favor...” Buscamos ayuda siempre por medio de la locura o de la cordura, por medio de la palabra o del silencio. Roquentin era filósofo, no historiador...
“¿Qué demonios ocurre cuando miradas no se encuentran?...”
“La Náusea” de Jean Paul Sartre
Lunes. No importa la fecha ni la hora. Es Léon, México.
Despierto llena de miedo convencida de mi no existencia. Me observo al espejo y me entero de que hay un reflejo en él que definitivamente no soy yo. Salgo de la casa, encuentro a gente extraña que sonríe, que invitan a tomar café siempre y cuando vaya sola.
¿Existo o todo es un sueño, todos están organizados para mentirme esta noche?
Martes.
Me siento incomoda, no hice nada, pero aun así me siento como puta. Sonreí cuando no quería hacerlo, hablé cuando prefería callar ante las estupideces de todos, ante las banalidades y los logros de los demás. Me interesa una mierda que mi mejor amiga sea la mejor de la clase, me interesa un carajo que mi novio me ame. Estas mis piernas se mueven dentro del espejo, estas mis manos tocan una cara que no es la mía, hay un cuerpo del otro lado del espejo que definitivamente no es el mío. Doy un grito lastimero y no recuerdo mi nombre.
Miércoles
Despierto, hay clase, como siempre. Debo hacer un ensayo sobre “La Náusea” de Jean Paul Sartre, pero no encuentro el momento para hacerlo. Salgo de casa y callo frente a un profesor que dice saberlo todo pero miente, yo sé que miente inevitablemente, le pagan por mentir, le pagan para que nos hable de cosas inexistentes, de utopías; nos pondrá buena calificación a todos, no quiere perder su empleo, no debe perderlo porque tal vez tiene hijos y esposa que mantener. Una amiga me habla de su novio, me cuenta de lo bien que les fue ayer en el antro, me dice que extrañó mi presencia, que hubiera ido. Algo pasa, ella de repente se calla y sólo balbucea, ella ya no es ella y se desvanece. Me quedo sola en medio de la escuela, todos se han ido. Salgo de ahí convencida más que nunca que todo es mentira.
Llego a un café, saco mi libreta y escribo: siento náusea, tanta información dada por mi amiga me ha provocado náusea, sus palabras entrelazadas por muletillas llenas de vacío han provocado náusea. Escribo sobre Sartre, y pienso en su filosofía y en su náusea, en esa sensación tan desagradable que le ocasiona a Roquentin, su personaje principal. Quisiera hablar de las personas como él lo hizo en su diario, quisiera tener la claridad para escribir sobre todo lo que me rodea, quisiera escribir un libro aunque éste me llevara a la muerte, a una tristeza inmensa, eterna. Quisiera hablar de otros y así descubrirme. Sería como una selva descubierta por todos excepto por mí. Espera un momento... ¿no hacen eso las putas?
Quisiera escribir detalladamente sobre cada sensación vivida en el transcurso de mi día, soy una persona de poca edad ¿qué puedo vivir? Siempre preguntan mis padres, no me dan la oportunidad de vivir intensamente como todo adolescente. No puedo terminar el ensayo sobre Sartre...
Jueves
Despierto temprano para ir a clases, decidida estoy de escuchar y aprender, de platicar y convivir sin esfumarme. Hay un momento libre entre clase y clase, voy a la cafetería por un café y escribo más sobre el personaje de Sartre: Roquentin. ¿Realmente estaba sólo? ¿Realmente quería escribir un libro? La náusea que sentía ¿qué significaba?. Su amada Anny decía la verdad sobre el pasado y lo perdido, ¿porqué él no había intentado alcanzarla y rogarle y suplicarle que no se fuera?... yo lo hubiera hecho. Ellos solamente al despedirse, sólo se miraron como cuando una persona al morir se queda con los ojos abiertos sin despedirse. Así, como viendo la nada y como viendo sólo un punto fijo. ¿Porqué es tan cruel la vida? ¿Porqué el amor se esfuma y no queda nada, sino desprecio, indiferencia?...
Dos horas más tarde...
No he entrado a clase, debo hacer el ensayo porque es para ahora. Roquentin dice verdades fuertes para el oído, en alguna descripción que hace de él mismo o de los muñecos que tiene alrededor, la persona que lee se siente identificado.
Habla de cada una de las sensaciones vividas, de lo que observa. Escucha Jazz y lo comenta, observa peleas de amantes, despedidas, encuentros. En cada uno de ellos se ve reflejado, existe a partir de ellos. Al final del libro muestra Roquentin su amabilidad hacia una persona que le causaba cierto desprecio, el autodidacta. Le cura o intenta curarle heridas, no le juzga porque ya bastante lo ha hecho, se despide de una ciudad y de un proyecto y de una vida y de su amada y de él mismo, porque esos días vividos en Bouville le han cambiado. Ahí dejó parte de náusea, ahí dejó una vida como historiador. Es curioso cómo el que escribe siempre encuentra absurdo ese trabajo: escribir un libro no sirve de nada, sin embargo lo escriben y dentro de la trama dicen que sirve para nada.
Este diario es un ejemplo absurdo tal vez, de “La náusea” de Jean Paul Sartre, en ese diario él detalla a conciencia todo lo que vive, lo que le duele, lo que le hace ilusión y por medio de éste casi monólogo él describe a una sociedad del año 1932, escribe sobre los intereses de un filósofo e historiador. Cuenta desde su lucidez momentos de completa cordura. Hubo líneas que sentía vacías, pero todo se lleno con la última frase dicha por el personaje. Al final de un libro todo toma forma, todo se entiende, la angustia cesa, se evapora y uno comprende todo, comprende uno más si regresa a releer las primeras líneas, es ahí cuando a Sartre se le entiende por completo o un poco más, al menos.
¿ De algo servirá escribir la biografía de Sartre?
Filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político, es uno de los principales representantes del existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905; estudió en la École Normale Supérieure de esa ciudad, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto Francés de Berlín. Enseñó filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército. Desde 1940 hasta 1941 fue prisionero de los alemanes; después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y más tarde en París, y participó en la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas, desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro antiautoritaria Las moscas (1943) y la publicación de su trabajo filosófico más célebre El ser y la nada (1943). Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó, con Simone de Beauvoir entre otros, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Se le consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la guerra fría. En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia. Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor. Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Martin Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única llamada existencialismo. Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la literatura, la psicología y la acción política suscitó un amplio interés popular que hizo del existencialismo un movimiento mundial.
martes, 4 de septiembre de 2007
CARACOLES QUE CORREN Y AVANZAN SIN TRECHO.
CARACOLES QUE CORREN Y AVANZAN SIN TRECHO.
Tengo silencios como todo caracol, soy lenta, sordomuda e impaciente en el amor como todo caracol, como poco como todo caracol, amo con agua, aparezco con la lluvia como todo caracol, vivo en lo verde como todo caracol, he pecado, me he arrastrado como todo caracol, hay cosas que son mas fuertes como le parecen a todo caracol, no creo en Dios y tengo miedos como todo caracol, olvido y a veces no tengo fuerzas como todo caracol, las horas son piedras como las de todo caracol, tengo barbas compuestas por barro como las de todo caracol.
El caracol no tiene tiempo como yo, el caracol se gasta igual que yo, el caracol no duerme igual que yo, el caracol avanza y retrocede igual que yo, el caracol muere a cada paso igual que yo, el caracol llora sin decir nombres ni dar razones igual que yo, el caracol se culpa por pasos no dados igual que yo, el caracol muerde su espejismo alucinado igual que yo, el caracol tiene un peso sobre él al nacer igual que yo, el caracol no puede voltear hacia atrás igual que yo, el caracol decide seguir sin retroceso igual que yo lo decidiré a su debido tiempo, el caracol tiene una corta vida igual que yo al terminar de escribir esto.
Tengo silencios como todo caracol, soy lenta, sordomuda e impaciente en el amor como todo caracol, como poco como todo caracol, amo con agua, aparezco con la lluvia como todo caracol, vivo en lo verde como todo caracol, he pecado, me he arrastrado como todo caracol, hay cosas que son mas fuertes como le parecen a todo caracol, no creo en Dios y tengo miedos como todo caracol, olvido y a veces no tengo fuerzas como todo caracol, las horas son piedras como las de todo caracol, tengo barbas compuestas por barro como las de todo caracol.
El caracol no tiene tiempo como yo, el caracol se gasta igual que yo, el caracol no duerme igual que yo, el caracol avanza y retrocede igual que yo, el caracol muere a cada paso igual que yo, el caracol llora sin decir nombres ni dar razones igual que yo, el caracol se culpa por pasos no dados igual que yo, el caracol muerde su espejismo alucinado igual que yo, el caracol tiene un peso sobre él al nacer igual que yo, el caracol no puede voltear hacia atrás igual que yo, el caracol decide seguir sin retroceso igual que yo lo decidiré a su debido tiempo, el caracol tiene una corta vida igual que yo al terminar de escribir esto.
HUELE A TIERRA MOJADA
HUELE A TIERRA MOJADA mi cuerpo
Huele a yeso fresco mi ataúd
Sabe a durazno seco mi vientre abierto
Sabe a café mal hervido mi saliva tardía
Se ve mi caminar como una tormenta perpendicular
Se ven mis palabras como un árbol recién talado
Se oyen las campanas de mis ojos como aquel aullido roto
Se oyen mis pasos como recién nacido ternero
Siento la sangre que cae del cielo como aquel chorro de agua que caía de la llave cuando no alcanzaban mis manos tocar el techo
Siento el lodo en mis ojos ahora que camino ciega por el mundo
Siento ahora la tierra mojada remover lunares alcoholizados de temores.
Siento, escucho, observo, saboreo, huelo,
Es lo que debes hacer antes de dormir para siempre, antes de despedirte de aquella noche que no es tan solitaria, antes de saludar una vez mas al sol tímido que se esconde cuando quieres mirarlo, antes de darle la bienvenida a un mundo no tan oscuro como las alcantarillas, como tu ropero, como debajo de las cobijas cuando estas sellan tu lecho tranquilo, antes de darle la mano a algo no tan desconocido como aquella luna llamada "Casacatum", antes de decirle que sí en la iglesia de lo eterno a la mujer sin rostro, sin nombre, sin cuerpo, sin nada, que solo tiene una petición y la esperanza de ser aceptada para perderse en el olvido contigo.
Siente, escucha, observa, saborea,
Huele a tierra mojada mi pueblo.
Huele a yeso fresco mi ataúd
Sabe a durazno seco mi vientre abierto
Sabe a café mal hervido mi saliva tardía
Se ve mi caminar como una tormenta perpendicular
Se ven mis palabras como un árbol recién talado
Se oyen las campanas de mis ojos como aquel aullido roto
Se oyen mis pasos como recién nacido ternero
Siento la sangre que cae del cielo como aquel chorro de agua que caía de la llave cuando no alcanzaban mis manos tocar el techo
Siento el lodo en mis ojos ahora que camino ciega por el mundo
Siento ahora la tierra mojada remover lunares alcoholizados de temores.
Siento, escucho, observo, saboreo, huelo,
Es lo que debes hacer antes de dormir para siempre, antes de despedirte de aquella noche que no es tan solitaria, antes de saludar una vez mas al sol tímido que se esconde cuando quieres mirarlo, antes de darle la bienvenida a un mundo no tan oscuro como las alcantarillas, como tu ropero, como debajo de las cobijas cuando estas sellan tu lecho tranquilo, antes de darle la mano a algo no tan desconocido como aquella luna llamada "Casacatum", antes de decirle que sí en la iglesia de lo eterno a la mujer sin rostro, sin nombre, sin cuerpo, sin nada, que solo tiene una petición y la esperanza de ser aceptada para perderse en el olvido contigo.
Siente, escucha, observa, saborea,
Huele a tierra mojada mi pueblo.
HA PERECIDO LA VIDA
HA PERECIDO LA VIDA de aquel rosario de infinitas cuentas. Se decía que era bonito rezar con tan redondas guías espirituales y devotas almas de Dios.
A pasado tanto tiempo y ningún rosario parecido a sido tan igual, ninguno a vuelto a las manos regordetas y suaves de aquella anciana, ahora cubierta en vez de telas, tierra mojada y negra.
Ahora nadie a vuelto a saber nada de aquel rosario de madera, pareciera como si no debiera de existir más que en las manos de su dueña, de su ahora recordada dueña.
Rosario perfumado, en esta noche pequeña te invoco, te aclamo vuelvas al lado de aquel nítido cuerpo que grita por las noches, que suplica tu presencia. Vuelve con aquella anciana que divaga en pleno cementerio. Vuelve, porque no sabe hacer otra cosa más que correr, gritar y golpear cada lecho sagrado que se encuentra en el camino. Rosario te suplico no la dejes morir de nuevo bajo siete metros de tu ausencia.
A pasado tanto tiempo y ningún rosario parecido a sido tan igual, ninguno a vuelto a las manos regordetas y suaves de aquella anciana, ahora cubierta en vez de telas, tierra mojada y negra.
Ahora nadie a vuelto a saber nada de aquel rosario de madera, pareciera como si no debiera de existir más que en las manos de su dueña, de su ahora recordada dueña.
Rosario perfumado, en esta noche pequeña te invoco, te aclamo vuelvas al lado de aquel nítido cuerpo que grita por las noches, que suplica tu presencia. Vuelve con aquella anciana que divaga en pleno cementerio. Vuelve, porque no sabe hacer otra cosa más que correr, gritar y golpear cada lecho sagrado que se encuentra en el camino. Rosario te suplico no la dejes morir de nuevo bajo siete metros de tu ausencia.
NASAUA, NASAUA.
NASAUA, NASAUA.
Primer palabra que menciono
al despertar de la quietud
completa de los sueños al volar.
No tires de la soga del cuello todavía,
No tires de ella,
Yo lo haré cuando el capitán del barco muera,
Cuando su séptima vida se termine,
Cuando las casas del rosario sean mencionadas
hasta la eternidad,
Cuando la última virgen muera a palos,
Cuando llegue a Madrid por casualidad.
Nasao, Nasao.
Segunda palabra que repito cuando muero,
Tercer movimiento de la orquesta solitaria,
Pequeño disparate del pibe
en crecimiento,
Último espasmo del suicida melancólico.
Naso, Naso.
Se acaba la voz que repite mi presencia.
No alcanzo a escuchar mi risa tonta,
mi eco inoportuno,
Nas, Nas.
En esta gran ciudad caigo
inútilmente sin paracaídas.
Na, Na.
He caído.
No soy suicida pero he caído.
He muerto sin darme cuenta.
Primer palabra que menciono
al despertar de la quietud
completa de los sueños al volar.
No tires de la soga del cuello todavía,
No tires de ella,
Yo lo haré cuando el capitán del barco muera,
Cuando su séptima vida se termine,
Cuando las casas del rosario sean mencionadas
hasta la eternidad,
Cuando la última virgen muera a palos,
Cuando llegue a Madrid por casualidad.
Nasao, Nasao.
Segunda palabra que repito cuando muero,
Tercer movimiento de la orquesta solitaria,
Pequeño disparate del pibe
en crecimiento,
Último espasmo del suicida melancólico.
Naso, Naso.
Se acaba la voz que repite mi presencia.
No alcanzo a escuchar mi risa tonta,
mi eco inoportuno,
Nas, Nas.
En esta gran ciudad caigo
inútilmente sin paracaídas.
Na, Na.
He caído.
No soy suicida pero he caído.
He muerto sin darme cuenta.
CON MARCAS EN EL CUELLO HE NACIDO.
CON MARCAS EN EL CUELLO HE NACIDO.
Cocido tengo el sombrero de Chabelo
y las pinturas de Van Gogh ahora
están en el suelo. Silencio estrellado, intemperie
absurda me abruma de repente, soy dueña
del ímpetu casual y no quiero ser esclava,
ni ser insinuación mulata.
Soy matrona y daría lo que fuera
por tu sabana blanca, por tu locura rota
y tu viola manchada de sangre nueva.
Jarabe de clavos, pócima dulce para ese dolor
que no sabe hacer otra cosa más que doler,
joder y doler.
Cocido tengo el sombrero de Chabelo
y las pinturas de Van Gogh ahora
están en el suelo. Silencio estrellado, intemperie
absurda me abruma de repente, soy dueña
del ímpetu casual y no quiero ser esclava,
ni ser insinuación mulata.
Soy matrona y daría lo que fuera
por tu sabana blanca, por tu locura rota
y tu viola manchada de sangre nueva.
Jarabe de clavos, pócima dulce para ese dolor
que no sabe hacer otra cosa más que doler,
joder y doler.
Muerte que vienes disfrazada
Me encuentro en el último estrecho de los mares ansiosos, en lo infinito de las montañas donde nace la respiración cansada, en el caballo de Atila, en la cruz sangrienta de un hombre señalado y castigado en el paraíso perdido. Me encuentro en tu camino. Soy tu crepúsculo y plenitud, tus hipócritas carcajadas de la vida mediocre que llevas, soy el llanto que descubres al nacer, el burro de Sancho, el Quijote y sus novelas de caballería y su amante: la inagotable locura. Soy los primeros pasos de tu pobre vida llena de mentiras y llantos al anochecer, tu cordón umbilical, tu confesionario, tu coartada ideal. Soy la inmaculada y el escupitajo de sangre que arrojas después de rezar. Me manifiesto con imperceptibles temblores en tu podrido y decadente cuerpo; lo hago para decirte que me encuentro aquí, que no huyes, que siempre estoy presente y no podrás huir de mí. Soy la sombra en la cual te reflejas, el mismo cristal que se rompe para dar siete años de infortunios. Soy tu Comala y vengo a decirte que no eres el globo terráqueo de este universo, ni el mamífero inmortal, ni el eje de los planetas, ni eres la ballena azul que siempre buscan. No eres el conejo del cuento de Alicia ni la bufanda del Príncipe pequeño, ni la paloma bélica mensajera. Soy tu noche estrellada y tu día soleado. Soy el fastidio de la vida, la que envidian los moribundos, el ancla que te impide consumir las pastillas de la abuela. Soy el viento, el hálito que siguen los dioses del agua. Soy el astro Venus que se quemó y surgió a los ocho días por el este, soy augurio representado en códices. Soy movimiento entrelazando el rojo y el azul, el mito del diluvio y la destrucción, la danza primordial en los rituales de los pueblos. Soy los dioses de la mano izquierda y la derecha, dragón y caracol que cantan para inmortalizar serpientes. Me invento en los árboles: habitantes longevos que aúllan por medio de escamas. Me perfecciono en los animales míticos y silvestres. Me encuentro en el aire, en el suspiro de las cuevas. Me creo en el agua, limpio y purifico cuerpos y almas. Soy la abeja que apareció el día de la creación. Tengo diferentes colores y rumbos en el universo. Me armonizo con el papel donde encarnan imágenes del Padre viejo. Me observo en los cuatro soles que en realidad son uno. Me perfecciono en el águila y en sus alas ardientes. Me he disfrazado de cualquiera para andar a tu lado. Soy barro de bisutería. Soy lo que llevas escrito en la nuca, soy diamante rústico y antiguo, el cuento no escuchado, la mordida que le dio Adán a la lujuria, la clave de sol que le da sentido a tu piel desgarrada, la Gioconda de los semidioses, el escondite de los desahuciados, la bola de nieve que es arrasada por batallas humanas, la descarga que invade el silencio del campo, la arena que canta en el desierto, la exhalación de los volcanes antes de hacer explosión, soy únicamente lo que soy y seré por siempre reflejo de mí. Sin embargo nada alivia esta humedad hecha remolino que le huye a demonios generados en la risa instantánea. Le temo a los retratos porque muestran mis labios, secos labios que no encuentran el licor adecuado para acallar esta sed. Del otro lado del espejo dice Alicia que es tremendo estar vivo, que se vive como loca, que no se encuentran verdades sino mentiras. Del otro lado de la luna dice Greta que es fantástica la muerte, pero esa que desgarra la piel y martiriza a la humanidad, ésa que enrojece los ojos casi a punto de reventarlos. Dice que es maravilloso el duelo por alguien que nunca se irá.
La sangre de noche y en pleno pavimento es negra como el abismo por el que navego todas las tardes. Mi olor es imperceptible y eterno, la puerta del Infierno está siempre abierta y la soga del suicida yace un poco rota. Mi vida, sin embargo, se halla casi marchita.
Debo confesar que sueño que pierdo la mirada, este engaño me asola aunque siempre he creído que la ceguera es una bendición provocativa para sentir los amores que no existen, percibir los olores que nadie descubre, saborear la nítida humedad de la ciudad y del campo; también admito tener fantasías inicuas con habitantes que no son humanos. Reflejos de mí, intentan seducirme y convertirme en abismo nauseabundo. Destellos de mi futuro inmediato.
Por ejemplo, recuerdo ahora que murmuraba Lucia, primera sombra que observé en la oscuridad limitada, que reír al lado del sol es deleznable, pero reír junto al huracán, es resplandeciente y llorar junto con la primavera es cosa sólo de dioses. Vivir al revés, eso me recomendaba Lucia. Las tinieblas provocaban nuestra confesión y que recorriéramos nuestros cuerpos como navegantes inexpertos. Ella me invitaba a embarcar en su ombligo, a que me subiera en barcos de papel para anidar en su piel recién nacida y que durmiera en sus pechos: pequeños botones floreciendo. De Lucia recordaré sus labios que me llamaban constantemente a media noche y sonreían como la luna cuando es menguante. Ella, quimérica mujer, me obligó a quitarme una costilla para amarme. No perdonó nunca el beso que le concedí a Eva: mujer blanca de dientes avispados y ojos grandes. Lucia me enseñó a navegar con velas rotas por su cuerpo, a descubrir constelaciones en su Universo cubierto de piel fogosa, a convertirme en buque de papiro y derivar por sus besos hartos. Me mostró cómo bañarme en sus cascadas de agua cristalina, a enredarme en su cabello frío que olía a fruta seca y a durazno recién cortado. Su cuerpo era como tierra mojada, esa que después de la llovizna impregna su olor en todo lo que toca, la que refresca el suelo y provoca que el viento roce los cuerpos con delicada seducción. Lucia inmaculada, venerada, poderosa, alegre, profeta, confesora, vaso espiritual, vaso honorable, rosa mística. A ella le escribí varios mensajes que arrojé al mar, esperando que los leyera un día.
Llueve en esta ciudad gris y una línea me indica por dónde debo caminar para no verte, para no encontrarte por casualidad. Imágenes vienen a mí y sólo quiero escuchar el sonido hueco pero consolador del mar, ese sonido que fue como la arena para la iguana en la selva, para el amante ermitaño que le decía a su mujer “Muévete, muévete y seré naufrago ciego en tu vientre”. Ahora me digo arena, iguana y agua vagabunda que caminan sin sentir las llagas de sus pies y de sus manos que le salieron por amar en demasía aquel estío insospechado. Cada piedra y gota hecha vapor me hablan de tu piel, cada susurro lastimoso del viento provocan en mi sino un tatuaje que forma lentamente tu figura, cada mil cuatrocientos cincuenta y ocho pasos consolido el último beso en tu sacro sillón .
Lucia te invocaré siempre hasta el último movimiento de mi orquesta: maniobra que percibo como solitaria. Lucia te suplico esperes un poco más –le decía continuamente– no podré morir contigo, no puedo dejarlo todo así, por ti, espera sólo un poco más. –Escribo en tu cuerpo lo siguiente pero no te alejes– le repetía constantemente.
Vienen a mi mente tus caderas insanas que me contagian de todo lo que padeces. Siento tu mirada a cuestas seduciéndome poro a poro. Escucho tu cantar luminoso de gloria absoluta en el cual pierdo control de mis temores. Quisiera tenerte mientras una voz solitaria me retumba que serás la mujer que no tendré. Algo me dice que debo memorizar para no perderte en la sombra de mis sueños. Esa voz susurrante me llena los ojos cuando señala a la inoportuna soledad y a la flaqueza en turno.
Ahora habla la incertidumbre de las estrellas, lo frío de tu sala y la investidura de tu cama. Por el momento deja gritar a mi felicidad como si ésta fuera la portavoz de mis infames curvas, deja hablar a lo frío de mis manos como si éste fuera el mandamás de mi enmarañada cofradía. Por último te hablará mi ataúd envuelto de secretos mutilados, dispuestos a ser tuyos en la cuna de mimbre, en donde serás la única ola, mostrándome la inmensidad de un lecho delirante, mostrándome también las mil posturas de la muerte viva.
Ella, a pesar de todo, se fue advirtiendo su regreso en sombra detrás de la pared. Yo me quedé en cuclillas esa noche y la otra y la otra y la otra, en cuclillas esa noche y las siguientes con la cabeza entre las piernas, con gritos de dolor en la garganta, con sufrimiento en el cuerpo por su ausencia y con mil palabras sin luz ni sonido que clamaban por su figura, me quedé en el suelo repasando imágenes sonoras hechas para ella, solamente para ella.
Qué no daría yo por escucharte Lucia, por sostener tu amargo tedio a las seis de la mañana y después sonreírte, para así aplacar la sangre derramada de tus poros abiertos y murmurarte a los ojos que no sucederá, que el mundo se acabará hasta después de tu vuelo, que tendremos fuerzas suficientes para que jamás nos derrote la falta de un beso y que soplará un ciclón de respuestas inesperadas en nuestro sino, triturando así la puerta desgarradora de la soledad en turno.
Aún de no tenerte, te invito a mi cama azul para que descanses, para que me sostengas y sientas el vertiginoso ruido del soñar despierta, para que grites tu afanoso espanto y así puedas cantar de nuevo. Bella mujer de nombre eterno. Feliz te espero, impaciente en el piso. Contamíname, pero no con la oscuridad del infierno, sino con tu baile vivo, con tu mirada semiabierta y tu misterio virginal. Musa eterna, Cleopatra dormida te invoco, te conjuro en mi silencio para adivinarte después. Mujer de plata delirante, tatuada te encuentras en mi selva. Mujer de plata delirante te extrañan estos días desiertos, estas horas aladas, estos minutos tardíos. Invade mi cama tu recuerdo, tu ropa desnuda en mi almohada, tus gestos en mil palabras. Extraño lo frío de tu vientre, tu mirada intensa y tus besos tiernos. Oculto tu caricia detrás de mi cuello. Soporto el vértigo de tu ombligo en mis recuerdos y saboreo el último beso. No soporto más el vacío en mis dedos. Aniquilo el frío que aleja mi olor de tu pelo. Grito de nuevo tu nombre al vacío, te escucho del lado oculto del ocre. Observo la investidura de tu viaje y me encuentro con tu sueño. En toda visión sonámbula te encuentras, detrás de mis miedos nocturnos te platico de pasajes turbios del pasado, tengo la valentía de darte la mano y emprender el viaje a lo callado. Ahora te presiento con la luna blanquecina, que despierta junto al manto negro de mi sueño.
Después, como un remolino llegó Helena para curar mi locura y aplacar mi sed. Helena se convirtió en pesadilla y me enseñó a esperar quimeras del frío invernal y utopías de solsticios y equinoccios. Ella alumbró las puertas del infierno porque todo indicaba que el próximo turno era el mío. Los pasos de Helena se escuchaban junto al canto de madera vieja y rota, su sombra se percibía cuando las sombras se extienden tanto que ascienden por la pared.
Helena me dijo al séptimo día de conocernos cuánto deseaba llevarme a su cama para conocer la guerra y la paz de dos cuerpos fusionados al calor de la noche; cuánto presentía mi soñar perverso y cuánto anhelaba enseñarme los rincones infinitos de su firmamento. Aparece cuando el polvo entra a las casas y desploma todo a su paso, cuando ese mismo polvo me cierra los ojos, estos ojos que ya están muertos, y entra en mi boca como queriendo besarme y que le trague para sentirme por dentro. Helena, mujer envenenada por mi beso, por infinitas mordidas que le di en su pecho y deidad marcada por mis labios y mi lengua. Recuerdo ahora la gota de sangre que corría por su cuerpo blanco, delicada sangre que se despedía de mi morenía, perpetua sangre que me invitaba a degustarla como a saborear su cuerpo.
Observo a la muerte hecha mujer en señoras incansables y perpetuas como Helena que recolectaba agua marina y conchas salobres, caracoles solitarios y peces muertos que tendía en el mar. No dejaba rastro alguno en los lienzos, su olor era como de perfume nocturno y floral. Me enseñó a percibirla solamente en el vacío perenne, a observarla en los recovecos hechos penumbra de las calles encantadas. Me enseñó a tenerla por las noches rebeldes, a escuchar sus murmullos, esos que dicen los amantes y que no se entienden.
A Helena la desterraron del paraíso perdido, ese que sale en una gran novela. Ustedes malditos verdugos de esto mal llamado humanidad le gritaban loca por ser fuego, por creer que las estrellas bajaban para saludarla, que la luna le sonreía a pesar de sus noches macilentas y de sus días poco alumbrados. A ella ustedes la juzgaron siempre por ser sonámbula, por caminar en blandos caminos de arena seca, por gritar que deseaba, que lo caliente del viento la quemaba, que pocas cosas le arrullaban, por creer que escuchaba voces en medio de arcos repletos de caracoles que se pintaban del color de la sangre al escucharla pasar. Le decían loca por tener sus pies debajo de la tierra, por disfrutar del viento en su cara aunque éste le dañara.
El día de su partida encontré una nota en plena calle escrita con su letra llena de sangre:
Musa:
Dicen que no existe,
Inspiración:
Dicen que si le llamo no viene,
Altísima señora:
Le pido tan sólo un murmullo,
De esos que dicen que obsequia
junto con metáforas moribundas.
Doncella:
Canto le pido,
Poesía le suplico.
Dueña:
Mi dueña, mi Ángel,
Como tributo le doy mi costilla.
Diosa:
Creadora de paraísos,
No me destierre nuevamente,
Usted me conoce.
Eva es mi nombre
y matrona me dicen.
Después de leer su sangre convertida en grafía, recordé a las dos sombras que habían hecho de este cuerpo parte de un sueño.
Cómo decirles que hago siempre lo indebido. Cómo les digo que las amo sin decirlo, cómo decirles que las sueño y que el único lugar en el que soy libre es en sus brazos, que las pienso aunque no deba, que presiento cada movimiento suyo y que les temo, que jamás podría saberlas de mi propiedad porque son de nadie, serán por siempre las mujeres que no tendré, aquellas que veré pasar frente a mis ojos en boca de otro ser. No serán de nadie, sólo suyas, sólo de Helena y de Lucia. Mujeres con cabello perfumado a madera fresca y recién talada, con cejas que enloquecen a cualquiera, con manos que embrujan a la orgía de magos cautivos, con cabellos rizados que alucinan en la cruz a Cristo.
Sólo les digo mujeres, que hay huellas con su nombre, que hay pequeñas grecas en las cuales me hundo para buscarlas aunque sepa que no voy a encontrarlas. Cómo les digo que son mujeres perversas, enamoradas y ermitañas. Deseo tener mi boca siempre llena de su boca, tener mis brazos siempre llenos de los suyos. Mujeres inalcanzables, niñas eternas y musas de los dioses, permitan a este cuerpo moribundo caer una tarde en tus brazos, descansar sólo un poco en su vientre fértil y terso, navegar por su universo lleno de abismos sin salida.
Sabía desde que las vi en sueños que su olor lo llevaría siempre, supe que serian celestiales y al verlas me provocarían la muerte, aunque esta fuera irónica y comúnmente irrealizable.
Jamás imaginé poder vivir sin su palabra hecha caricia, sin su mirada hecha canción, sin ese caminar que me invitaba al paraíso, sin su risa incitándome al mar inmenso de su vientre..
No pude conocerlas en su totalidad, parte del encanto. A mi pesar, se derramaron lentamente en mis brazos hasta desaparecer. No volveré a verlas, así de simple, no volveré a verlas. Jamás mis ojos podrán volver a tocarlas.
Sólo les ruego, Adonis, que nunca me despidan de su cuello, que jamás alejen mi recuerdo de su piel blanquecina, nunca limpien los besos que dejé en su cama, no me destierren al olvido porque entonces me obligarán a maldecir la sombra que llevó hasta mí su nombre.
Ahora mujeres eternas sigo en el suelo murmurando, desgarrando estos ojos ya marchitos. Espero sólo mi muerte, devastada y bien merecida. Porqué duelen demasiado las heridas que no sangran, que solo duelen.
No volví a saber nada de esas mujeres místicas y ardientes en la cama. Caía su ropa lentamente y sólo la observaba, instantes que se convertían en mi necesidad al borde del miedo, al borde de la muerte pequeña, al borde de la locura. En el ambiente reinaba esa sensación que desgarra la sangre y estimula las piernas flexibles para que se desintegren. Con un par de frases invitaban al deseo entrar por las hendiduras de mis labios y beber de mi sexo toda aquella agua que se necesitaba para no morir de sed. Me visitaban mujeres cuyo nombre desconocía, cuya humedad confusa me llamaba en silencio, cuyo sabor presentía y cuyas caderas eran como una puerta abierta que me ofrecían lo que tanto anhelaba.
Nadie dudó nunca que les llamara antes de partir al infierno cuyas puertas me esperaban. Nadie nunca dudó que yo las amara en barcos de madera, en aviones destrozados, y en otoños de hecatombe.
Mujeres como Lucia y Helena eran veneno y alucinación hecha agua asfixiando mis sueños y adueñándose de mi cuerpo. Se perdían en mi refugio y recorrían mi solemne badana, mis venas y se metían en mis sábanas que no eran de sutiles. Se desnudaban primero y eran mi tagarnina, partían a mi vientre, galopaban en mi boca y se derramaban en las partituras de mis piernas. Eran mi narcótico. Ardían y se retorcían en mis brazos, se evaporaban al tocar el edén perdido. Eran mi pócima y perífrasis de la guerra troyana. Gracias a ellas entraba por los caminos del jardín oscuro, gracias a ellas interpretaba mis sueños, vivía en tormentas secas y mi saliva era vergel.
Eran mis amadas. Me regalaban su aliento y movimiento. Jamás imaginé sensualidad parecida en un cuerpo. Ocasionalmente dibujaba su persona pero nunca sospeché siquiera tenerlas enfrente. Eran mi paisaje y ahora trazo su figura como si ésta fuera mi mundo descubierto. Ahora las veo y vuelo sin dejar de saborearlas. Son ahora parte de mi voz insospechada. Son el bálsamo que me acompaña siempre, el kerosén necesario para levantarme de la intemperie. Mis amadas serán por siempre. Debajo de mi cuerpo estarán eternamente, sobre mi sudor fecundado y mi caminar cansado. Imposible será no soñarlas sobre mi cubierta. Hacían los tres movimientos básicos de una pieza: Allegro, Adagio y Allegro con brío. La lentitud del día se volvió canción y la luna dejó de ser un personaje errante. Las amaré a perpetuidad como en los panteones y a los siete años haré hasta lo imposible por que no les saquen de mi tumba. Amadas, les juro amor eterno. Zenzontles escucharé cada mañana que pasen a mi lado, invocaré a las extrañas flores para que degusten a su olfato y buscaré al mejor aire para que satisfaga a su oído. Mis amadas ahora les nombro sin su permiso, les conjuro al grado de ser intrusa e indiscreta. Son ya parte de mi altar secreto y cada tres horas diré sonriendo su nombre.
Hurto a escondidas su deseo sin que pise el antílope la desgracia de mi suerte. Eran engaño real a mi ceguera confusa. Mujeres poco sumisas, no se me quitaban nunca de las ganas, siempre sudaba su nombre, nombre pequeño y extraño, nombre que gritaba en pleno ascenso y que musitaba en mi viaje de regreso. Eran una guerrilla sin razón, una tropa de mujeres en una sola, eran una taberna de lloviznas nuevas, de lluvia ácida. Bailábamos en campos secretos bajo rocíos de arena mojada y nueva. Eran una estrella que alucinaba paraísos derrumbados y llenos de penumbra. Con ellas sentía esa brisa que arde, que provoca a la sangre salir por la mirada.
A una de ellas le escribí una carta para que me hiciera un espacio en sus besos, para que me diera un poco de calor con su abrazo, aunque forzaba demasiado los brazos pensando que en eso consistía eso que llaman amor. Estas palabras fueron escritas una noche en que hadas violetas vinieron a visitarme. Esta carta pedía a Helena que no se marchara como Lucia lo hizo una noche para siempre.
Escribo esta carta en la que espero encuentres el paraíso y te despidas de la nebulosa inquietud de caminar sin la irradiación de tu mirada.
No pondré remitente para que así imagines el nombre del ser que de tu gusto emane, y aun espero que reinventes el momento en que la recibas para que sea mucho más misterioso y algarábico este papel amarillento.
No quiero parecer habitante mortal de la melancolía, sólo que he estado en una ciudad frígida y solitaria, y por lo tanto he tenido la necesidad de escribirte y de sentirte en mis pesados recuerdos, en los que de nuevo siento tu sudor recorriendo mis ramas secas que reverdecen al mojarse con tu salobre agua.
Cantarte quiero ahora que en luna menguante me encuentro, regar tus cabellos con mil palabras para que estos me recuerden. Acariciar quiero tus largas piernas de cedro y beber de tus dos soles que guían tu iluminado cuerpo todas las noches.
Ahora llevo colgado a mi cuello un rosario que lleva tu nombre, me sirve de guía al internarme en el río lleno de nubes del que no regresaré hasta la próxima eternidad.
Firmo este pedazo de piel con mis labios que te llaman en silencio por temor a que les escuches y no los veas, sólo firmo con las comisuras de una boca interminable en la que únicamente caben tus dos nombres, uno místico y el otro entrometido en mis dientes no tan blancos como los tuyos, ni tan perfectos como tus tres lunares que hacen de tu sexo hecho boca, un triángulo perfecto en el que me perdí una noche para siempre.
Esta carta sólo es para ofrendar la última parte de mi corazón lleno de arterias, que son como caminos de asfalto mojado que me invitan en cada parpadeo a tu selva mojada por mi recuerdo y a esa rampa que llega hasta el infinito, que empieza en tus nalgas y termina en tu cuello.
Esta carta compleja es también para nombrarte a las tres de la mañana de cada vigésimo día de este milenio, y es para navegar en tus brazos tersos y terminar en la curvatura de tus uñas que se parece tanto a la alberca de tu ombligo: asterisco único que divide tu piel desnuda, que es mi guía invidente rumbo al camino de tu sexo y la cascada que nace de éste me lleva casi ahogándome hasta tus muslos, y estos me avientan al arco de tus pies en donde grito de nuevo tu nombre a las seis de la mañana en que me despierto jadeante por tu deseo.
Esta carta sólo espera impaciente la llegada de tu lengua a mi boca, a esta boca que se plasma al ocaso de estas imágenes que me vienen cada vez que me abrazan las sabanas frías y malas amantes que tengo como cobijas.
Espera mi cuerpo impaciente tu calor, tu noche, tu amor, tu aliento, tu tacto, tus sonidos al amar, tu piel térmica, tus versos. Esperan mis ramas, mis gritos, mi sudor, estar pronto, muy pronto cerca de ti.
No firmo con mi nombre por temor a que lo borres cuando termine de nombrarlo. Firmo con mi aliento que llevarás con tu piel hasta tus últimos días, hasta el último escalofrío que dé tu bello cuerpo en el momento que decidas navegar a la eternidad de la nada, hasta ese momento mi aliento te acompañará y se esfumará contigo.
En luna creciente me encuentro
En luna menguante muero y en ti
mi luna llena me desvanezco.
No puedo dejar a un lado el recuerdo, después de invocar este canto, de María Magdalena, mujer de visión infernal que me invitaba al lado oscuro del ocre, de ojos claros y bien aventurados. Dichosa por ser la Musa del eterno creador, la medusa de los caminos otoñales, la dueña de lo prohibido, la perfecta mujer azul, la indescifrable hechicera con lunas estrelladas. Mujer cuyas manos enredaban cualquier cuerpo y cuyos ojos hipnotizaban a cualquier animal carnívoro. Patrona de los ciegos, símbolo de la Gracia iluminativa, guía en la ceguera del pecado; cómo no repetir su nombre a media luz, cómo no pedirle a su lengua convertirse en soga para terminar por siempre conmigo, cómo no pedirle a sus labios que me muerdan el cuello y a sus brazos que me entrelacen hasta que desaparezca.
Cómo negar a María Magdalena, delirio alfabéticamente quimérico y alucinante. Esa que todo me lo dio, que todo me hizo, a la que adoré por tener una pena muy dentro, en el alma, la que murió por amor y su vida no tuvo remedio. Fue mujer del aire, me acosté con ella y me cansé de ella. Fue esclava del universo ultraterreno, perfume de girasoles negros, Marinera del planeta cuyo nombre es Ayer. Beldad de boca hecha misterio y cuerpo de Venus con brazos tersos, con cabellos serpentinos y mirada petrificante. De apariencia hermosa y angelical, obediente, manejable, conocedora de las cosas reveladas para poder llegar a la felicidad eterna, mujer poeta, mujer sincera, tierna y seductoramente profunda.
Por eso digo ahora que es ayer: si mañana no tengo futuro, si mañana no tengo más presente, sólo pasado remoto, significará entonces que acepté invitaciones de alucinaciones de media noche. Significará entonces que María Magdalena logró seducirme con encantos perfumados y sutiles.
No debía de quererte y sin embargo te quiero María Magdalena
No debían mis dedos imaginar tu cuerpo y sin embargo lo hacen cada vez que Marte se acerca a la tierra.
Que si te recuerdo, que si aun te quiero.
Que cuántos lunares tengo, que cuántas veces te he amado en orgías imaginarias.
Preguntas que haces por escrito.
Preguntas que invaden mi cuerpo.
Respuestas.
Respuestas son las que no tengo, son las que se van cuando llega tu ausencia.
Mujer del Mediterráneo un día te dije.
Venus en llamas te nombré una noche.
Bendita maga que alumbraste mi camino.
Mina de seda murmuro tu nombre cuando lágrimas me apresan.
Calla por ahora tu destino.
Calla sólo por ahora el cuento que me cuentas a solas.
El cuento que cuenta mis lunares.
No menciones por ahora el miedo que le tienes al ave fénix.
Guárdame un cuento para cuando regrese de este viaje.
No tardaré más, lo prometo.
Sólo vine a esta realidad que ciega, que transforma, que hiere.
Dicen que sé demasiado y por lo mismo ya no sueño.
Dicen que conozco de más el inframundo llamado cotidianidad y que ya no pertenezco a esta ciudad.
Mujer de ojos felinos.
Mujer cuya danza es ardiente.
Mil mujeres en una, mil gemidos que salen de una sola boca.
Espero nunca tu llanto me nombre
aunque jamás respuestas salgan de mis fauces.
Espero tu piel nunca me olvide
aunque por largos periodos no me toques.
Dame tu mano por las noches cuando sueñes.
Yo camino a tu lado siempre aunque no me sientas.
Descíframe por las noches en las que no me encuentras
Descúbreme en los poros de tu piel
Conóceme en calles repletas y cuerpos desolados.
Penétrame con tu mirada a plena luz
Transcríbeme en tu lienzo blanco en el que te reflejas
Interpreta mis silencios que son como olas despidiéndose
Platica con las mujeres de las que hablo
Confiesa tus secretos delante de mi túnica dorada
Canta a voz en grito tus miedos, esos de los que hablas murmurando
Permite que éste enjambre hecho animal se acerque un poco a ti
Admite que mi treceavo beso toque un poco de coraza que lleva tu nombre
Siente el volcán que llevo dentro,
Siente, tan sólo un poco el fuego que desea quemarte por siempre
Eres mi paraíso.
Regálame dentro de un siglo tu nombre y tu misterio
Toca mi séptima costilla para que no me olvides
Introduce tus labios en mi ombligo para que siga vivo
Hazme esclava de tu vida y crucifica éste diáfano cuerpo
Vivo, no sé porqué vivo, pero sólo vivo
para verte, para despedirme, arrepentirme, arrodillarme.
Persiste sólo un poco, sólo un poco persiste maldita sombra y recuerdo. Si hay despedida en pleno camino dejaré semillas para que regreses, si hay desamor en pleno vuelo huye sin decir nada, huye para siempre ilusión del diablo; huye de esta jungla de animales encerrados en su propia celda, selva de caníbales fantasmas y de carroñeros vestidos elegantemente, bestias que no se atreven a caminar por las calles soñolientas de ésta gran ciudad atestada de ciegos que piden limosna, que no se atreven a caminar por este mundo despierto, por este zoológico de alimañas que sólo conciben la muerte del otro, pero jamás la propia; fieras que prefieren comer al
semejante que observarse en el espejo, bestias que jamás se preguntan sobre su presencia, pero sí empujan el cuerpo del otro para quedarse con más espacio y así morir lento. ¡Malditas bestias me han tragado lánguida y dolorosamente! ¡Malditos vertebrados me han carcomido la piel con la que bebía humedades celestes! ¡Malditos carnívoros me han roído hasta los ojos con los que percibía el entero mundo, y sobre todo los pocos amaneceres que hay en ésta ciudad llena de lobos hambrientos! Me han mordido hasta los huesos, me he apolillado en este mar de visitantes inoportunos, en ésta glorieta de personajes inventados y existentes, en este globo terráqueo en el que muero armónicamente. Entro en el infierno que me espera. Por eso seré sólo la huella de una, de la que llevaba el tiempo en su espalda, como las tortugas marinas y terrestres: metódicas y observadoras.
Si me mirara a los ojos que no tengo ese dios en el cual no creo, esa virgen que nunca fue virgen, si me tuvieran un poco de compasión los cuatro dioses de los puntos cardinales, le pondrían más filo a esta daga de recuerdos, a estos nublados días que percibo desde este mundo turbio y oxidado.
Los únicos ojos que pueden verme en la oscuridad son los de Edipo, su ceguera es parecida a la mía, a él se los quitó su madre, los míos se los comieron las brujas de las tinieblas. ¡Bendito Edipo! buscabas a tu madre y la encontraste, le hiciste el amor y después te despediste. Yo la busqué pero jamás pude encontrarla. Pedía que me nombraran para poder nombrarme, me buscaba en sus historias pero nunca existí en ellas. Así pasó Edipo, pero escuché a Aristóteles, le escuche invitándome a imitar cuerpos y hacerlos míos, me invitó a sentir, a percibir todo lo que estaba cerca y lejos de mí. Lo escuché serenamente que decía “mimetízate en otra piel, en otro sudor para que existas en el obsceno juego del amor. Y lo hice, Edipo, lo hice intensamente con María Magdalena, terminé por buscar el gris camino como ella. Fui torbellino me fui con las sombras que fueron mis mujeres, mi exceso permitido, mis recuerdos futuros y mis codiciados caminos transitados. Terminé caminando por esas avenidas enfermas de anemia, enfermas de sol y del alma.
Hubo mil mujeres, que en realidad sólo fueron una, quienes me llevaron a lo desconocido por mi sudor siempre presente, por mis labios pulidos y acerados y mis lunas llenas carcomidas; lobas que me llevaron por los infiernos, almas del Limbo suspendidas entre su deseo de ver a Dios y el conocimiento de que jamás lo lograrán, almas del purgatorio invitándome a la segunda muerte, al mundo ultraterreno.
Edipo, qué más puedo contarte sino de estas mujeres hechas agua y arena y mar que se evapora junto con el viento de febrero, bendito viento que llegas a Mitla, lugar de descanso. Todas ellas la muerte, la mujer terrenal que nunca he sido, ni seré.
A todas ellas, a ella me entregué sin condiciones y me olvidé por completo de mí. Ellas, mujeres inalcanzables, alucinaciones de media noche, sueños que no caben en la taberna de lo prohibido, Musas impalpables que se disipan con cualquier ruido. Ayas que me devoraron hasta que no quedó nada de lo que fui. Nodrizas que masticaron hasta el último hueso perceptible, quemaron poros obstruidos por verdades innombrables; vestidos hechos carne con sus dientes filosos, desmembraron mis frases hechas canción con sus besos emponzoñados, taladraron mis heridas y abrieron las cicatrices.
Mujeres infernales pecadoras por amor, sobrevivientes del pozo oscuro de la soledad. Ellas, todas, una, gritaban al oído leperadas incompletas y percibían mi cuerpo como ataúd muerto por ser asfixiado. Fueron arrebatos sugestivos y combustible perfumado para mi andar eterno, cruces llenas de sangre que cayeron en tres lugares diferentes, lecturas interminables en pieles ignoradas, caminatas por laberintos desconocidos, poemas nunca escritos, cantos jamás mencionados, verbos ninguna vez actuados, sustantivos expresados en ningún modo, oraciones en ningún tiempo, partituras no leídas. Ellas, ella, todas, una, abrió las puertas del infierno, mi próximo lecho.
Eran las mujeres de Dante, del mundo ultraterreno, más que una introducción al viaje de ultratumba, almas que están en el purgatorio, mujeres diabólicas que beben la sangre derramada por la corona de espinas puesta el día sagrado; llevan en su sueño el pecado que adormece los sentidos y ofusca la inteligencia; panteras y leopardos, pecados y castigos. Oscuras referencias que hacen correr lagos de tinta. Matronas que tienen como lengua a dragones hambrientos, lobos marinos incansables, serpientes luminosas y flexibles; callan para ser escuchadas y mueren para reencarnar en mí.
Costillas indudablemente sabias, comadronas sedientas de corazas tiernas, parteras de hechizos negros, Señoras de la poca bondad, madres de los descarnados, dueñas de la basura avernal, mujeres producto de la exhalación diabólica que lamentan su temprana muerte, diosas elegantes, perfumadas, seductoras, embalsamadas.
Figuras misteriosas con significados míticos, sombras anónimas, negruras reservadas, pensamientos invocados, evocaciones sonámbulas, aullidos impenetrables, chillidos feroces, bramidos bíblicos, resoplidos infernales, seres inmaculados por unir sus respectivos cuerpos, inteligencias celestes ocultas para los hombres.
Todas ellas mujeres, inventadas unas y reales solamente una, María Magdalena a quien nunca puse candados a su deseo. Todas ellas, toda ella, abismos oscuros, sacrilegios perdurables, dolores incansables, escalofríos perpetuos, posturas de la muerte viva, el espinazo del Dios muerto, apetitos desordenados correspondientes a sus perversas naturalezas, hojas caídas en otoño, castillos de la sabiduría, cerberos de tres fauces, símbolos del apetito incontrolado. Todas ellas, toda ella, lamentos indefinidos, suspiros evasivos, complejidades perceptibles, gemidos ufanos, llantos que se dilatan.
Fue mi culpa dejarme seducir, engañar por ellas, por ella y ahora muero, abatida muero, amilanadamente muero. Las amé, la amé y no la perdono y no me perdona. Sin embargo, está sola, pero tranquila ahora que por fin Ella, la que siempre se escondió debajo de los velos que cubrían a las Magas, la que siempre ha sido y se ha escondido debajo de la piel de tantas mujeres que mandó por mí, la que quiere a la luna fría, peces globo y estrellas marinas. Ahora Ella, sola pero tranquila dice:
Nada
sólo aquella mantarraya que volaba en pequeña cofradía
nada
sólo músculos impacientes corren y pintan tu camino
nada
sólo aquella mantarraya impaciente dice:
oscuridad marina oscuridad marea oscuridad marinada oscuridad moribunda
nada
capricho oscuro
oscuro capricho
resulta benigno el azul veneno
nada
ni tu mirada ni mi silencio ni tu impaciencia
sólo una mantarraya que dice:
calla calla calla
por favor calla
sida láctea láctea sida
carencia de halla
mantarraya
manta sin raya
raya sin manta
nada
sólo aquella mantarraya que sin nada me decía:
ni tu sonrisa ni mi clemencia ni mis reproches ni mis súplicas ni mi sentencia
sólo tu mirada vacía diciendo nada
sólo tu desprecio y tu prisa
sólo unir tu tesis carente de preguntas
nada
todo compete a una sola frase que jamás dije
no se en qué momento tu cuerpo mi cuerpo el cuerpo perdió perdimos la razón
hay esquinas de inyecciones
hay mañanas hay panteones donde ni el cuerpo
ni tu sonrisa,
ni mi impaciencia, ni tu mirada, ni tu meñique ni mi cansancio
caerán del cielo junto a la luna,
junto a Marte,
junto a Venus,
serás,
seré
seremos el sol yaciente del cuerpo de la piel
piel como lenguaje como tatuaje como pelaje como papel amarillento
donde escribiré todas las noches tu infinito nombre acompañada de tu ausencia
luna luna luna
nada nada
no te digo más
no ladraré más
cantaré en silencio
te besaré como un ciego
seré tu manta raya
seré lenguaje
no abriré mas la boca para decir nada
para suplicarte que regreses
no abriré más la boca para decir nada
luna llena media luna luna menguante
luna
por siempre serás mi luna
nada
cantaré en silencio
diré ya nada.
La sangre de noche y en pleno pavimento es negra como el abismo por el que navego todas las tardes. Mi olor es imperceptible y eterno, la puerta del Infierno está siempre abierta y la soga del suicida yace un poco rota. Mi vida, sin embargo, se halla casi marchita.
Debo confesar que sueño que pierdo la mirada, este engaño me asola aunque siempre he creído que la ceguera es una bendición provocativa para sentir los amores que no existen, percibir los olores que nadie descubre, saborear la nítida humedad de la ciudad y del campo; también admito tener fantasías inicuas con habitantes que no son humanos. Reflejos de mí, intentan seducirme y convertirme en abismo nauseabundo. Destellos de mi futuro inmediato.
Por ejemplo, recuerdo ahora que murmuraba Lucia, primera sombra que observé en la oscuridad limitada, que reír al lado del sol es deleznable, pero reír junto al huracán, es resplandeciente y llorar junto con la primavera es cosa sólo de dioses. Vivir al revés, eso me recomendaba Lucia. Las tinieblas provocaban nuestra confesión y que recorriéramos nuestros cuerpos como navegantes inexpertos. Ella me invitaba a embarcar en su ombligo, a que me subiera en barcos de papel para anidar en su piel recién nacida y que durmiera en sus pechos: pequeños botones floreciendo. De Lucia recordaré sus labios que me llamaban constantemente a media noche y sonreían como la luna cuando es menguante. Ella, quimérica mujer, me obligó a quitarme una costilla para amarme. No perdonó nunca el beso que le concedí a Eva: mujer blanca de dientes avispados y ojos grandes. Lucia me enseñó a navegar con velas rotas por su cuerpo, a descubrir constelaciones en su Universo cubierto de piel fogosa, a convertirme en buque de papiro y derivar por sus besos hartos. Me mostró cómo bañarme en sus cascadas de agua cristalina, a enredarme en su cabello frío que olía a fruta seca y a durazno recién cortado. Su cuerpo era como tierra mojada, esa que después de la llovizna impregna su olor en todo lo que toca, la que refresca el suelo y provoca que el viento roce los cuerpos con delicada seducción. Lucia inmaculada, venerada, poderosa, alegre, profeta, confesora, vaso espiritual, vaso honorable, rosa mística. A ella le escribí varios mensajes que arrojé al mar, esperando que los leyera un día.
Llueve en esta ciudad gris y una línea me indica por dónde debo caminar para no verte, para no encontrarte por casualidad. Imágenes vienen a mí y sólo quiero escuchar el sonido hueco pero consolador del mar, ese sonido que fue como la arena para la iguana en la selva, para el amante ermitaño que le decía a su mujer “Muévete, muévete y seré naufrago ciego en tu vientre”. Ahora me digo arena, iguana y agua vagabunda que caminan sin sentir las llagas de sus pies y de sus manos que le salieron por amar en demasía aquel estío insospechado. Cada piedra y gota hecha vapor me hablan de tu piel, cada susurro lastimoso del viento provocan en mi sino un tatuaje que forma lentamente tu figura, cada mil cuatrocientos cincuenta y ocho pasos consolido el último beso en tu sacro sillón .
Lucia te invocaré siempre hasta el último movimiento de mi orquesta: maniobra que percibo como solitaria. Lucia te suplico esperes un poco más –le decía continuamente– no podré morir contigo, no puedo dejarlo todo así, por ti, espera sólo un poco más. –Escribo en tu cuerpo lo siguiente pero no te alejes– le repetía constantemente.
Vienen a mi mente tus caderas insanas que me contagian de todo lo que padeces. Siento tu mirada a cuestas seduciéndome poro a poro. Escucho tu cantar luminoso de gloria absoluta en el cual pierdo control de mis temores. Quisiera tenerte mientras una voz solitaria me retumba que serás la mujer que no tendré. Algo me dice que debo memorizar para no perderte en la sombra de mis sueños. Esa voz susurrante me llena los ojos cuando señala a la inoportuna soledad y a la flaqueza en turno.
Ahora habla la incertidumbre de las estrellas, lo frío de tu sala y la investidura de tu cama. Por el momento deja gritar a mi felicidad como si ésta fuera la portavoz de mis infames curvas, deja hablar a lo frío de mis manos como si éste fuera el mandamás de mi enmarañada cofradía. Por último te hablará mi ataúd envuelto de secretos mutilados, dispuestos a ser tuyos en la cuna de mimbre, en donde serás la única ola, mostrándome la inmensidad de un lecho delirante, mostrándome también las mil posturas de la muerte viva.
Ella, a pesar de todo, se fue advirtiendo su regreso en sombra detrás de la pared. Yo me quedé en cuclillas esa noche y la otra y la otra y la otra, en cuclillas esa noche y las siguientes con la cabeza entre las piernas, con gritos de dolor en la garganta, con sufrimiento en el cuerpo por su ausencia y con mil palabras sin luz ni sonido que clamaban por su figura, me quedé en el suelo repasando imágenes sonoras hechas para ella, solamente para ella.
Qué no daría yo por escucharte Lucia, por sostener tu amargo tedio a las seis de la mañana y después sonreírte, para así aplacar la sangre derramada de tus poros abiertos y murmurarte a los ojos que no sucederá, que el mundo se acabará hasta después de tu vuelo, que tendremos fuerzas suficientes para que jamás nos derrote la falta de un beso y que soplará un ciclón de respuestas inesperadas en nuestro sino, triturando así la puerta desgarradora de la soledad en turno.
Aún de no tenerte, te invito a mi cama azul para que descanses, para que me sostengas y sientas el vertiginoso ruido del soñar despierta, para que grites tu afanoso espanto y así puedas cantar de nuevo. Bella mujer de nombre eterno. Feliz te espero, impaciente en el piso. Contamíname, pero no con la oscuridad del infierno, sino con tu baile vivo, con tu mirada semiabierta y tu misterio virginal. Musa eterna, Cleopatra dormida te invoco, te conjuro en mi silencio para adivinarte después. Mujer de plata delirante, tatuada te encuentras en mi selva. Mujer de plata delirante te extrañan estos días desiertos, estas horas aladas, estos minutos tardíos. Invade mi cama tu recuerdo, tu ropa desnuda en mi almohada, tus gestos en mil palabras. Extraño lo frío de tu vientre, tu mirada intensa y tus besos tiernos. Oculto tu caricia detrás de mi cuello. Soporto el vértigo de tu ombligo en mis recuerdos y saboreo el último beso. No soporto más el vacío en mis dedos. Aniquilo el frío que aleja mi olor de tu pelo. Grito de nuevo tu nombre al vacío, te escucho del lado oculto del ocre. Observo la investidura de tu viaje y me encuentro con tu sueño. En toda visión sonámbula te encuentras, detrás de mis miedos nocturnos te platico de pasajes turbios del pasado, tengo la valentía de darte la mano y emprender el viaje a lo callado. Ahora te presiento con la luna blanquecina, que despierta junto al manto negro de mi sueño.
Después, como un remolino llegó Helena para curar mi locura y aplacar mi sed. Helena se convirtió en pesadilla y me enseñó a esperar quimeras del frío invernal y utopías de solsticios y equinoccios. Ella alumbró las puertas del infierno porque todo indicaba que el próximo turno era el mío. Los pasos de Helena se escuchaban junto al canto de madera vieja y rota, su sombra se percibía cuando las sombras se extienden tanto que ascienden por la pared.
Helena me dijo al séptimo día de conocernos cuánto deseaba llevarme a su cama para conocer la guerra y la paz de dos cuerpos fusionados al calor de la noche; cuánto presentía mi soñar perverso y cuánto anhelaba enseñarme los rincones infinitos de su firmamento. Aparece cuando el polvo entra a las casas y desploma todo a su paso, cuando ese mismo polvo me cierra los ojos, estos ojos que ya están muertos, y entra en mi boca como queriendo besarme y que le trague para sentirme por dentro. Helena, mujer envenenada por mi beso, por infinitas mordidas que le di en su pecho y deidad marcada por mis labios y mi lengua. Recuerdo ahora la gota de sangre que corría por su cuerpo blanco, delicada sangre que se despedía de mi morenía, perpetua sangre que me invitaba a degustarla como a saborear su cuerpo.
Observo a la muerte hecha mujer en señoras incansables y perpetuas como Helena que recolectaba agua marina y conchas salobres, caracoles solitarios y peces muertos que tendía en el mar. No dejaba rastro alguno en los lienzos, su olor era como de perfume nocturno y floral. Me enseñó a percibirla solamente en el vacío perenne, a observarla en los recovecos hechos penumbra de las calles encantadas. Me enseñó a tenerla por las noches rebeldes, a escuchar sus murmullos, esos que dicen los amantes y que no se entienden.
A Helena la desterraron del paraíso perdido, ese que sale en una gran novela. Ustedes malditos verdugos de esto mal llamado humanidad le gritaban loca por ser fuego, por creer que las estrellas bajaban para saludarla, que la luna le sonreía a pesar de sus noches macilentas y de sus días poco alumbrados. A ella ustedes la juzgaron siempre por ser sonámbula, por caminar en blandos caminos de arena seca, por gritar que deseaba, que lo caliente del viento la quemaba, que pocas cosas le arrullaban, por creer que escuchaba voces en medio de arcos repletos de caracoles que se pintaban del color de la sangre al escucharla pasar. Le decían loca por tener sus pies debajo de la tierra, por disfrutar del viento en su cara aunque éste le dañara.
El día de su partida encontré una nota en plena calle escrita con su letra llena de sangre:
Musa:
Dicen que no existe,
Inspiración:
Dicen que si le llamo no viene,
Altísima señora:
Le pido tan sólo un murmullo,
De esos que dicen que obsequia
junto con metáforas moribundas.
Doncella:
Canto le pido,
Poesía le suplico.
Dueña:
Mi dueña, mi Ángel,
Como tributo le doy mi costilla.
Diosa:
Creadora de paraísos,
No me destierre nuevamente,
Usted me conoce.
Eva es mi nombre
y matrona me dicen.
Después de leer su sangre convertida en grafía, recordé a las dos sombras que habían hecho de este cuerpo parte de un sueño.
Cómo decirles que hago siempre lo indebido. Cómo les digo que las amo sin decirlo, cómo decirles que las sueño y que el único lugar en el que soy libre es en sus brazos, que las pienso aunque no deba, que presiento cada movimiento suyo y que les temo, que jamás podría saberlas de mi propiedad porque son de nadie, serán por siempre las mujeres que no tendré, aquellas que veré pasar frente a mis ojos en boca de otro ser. No serán de nadie, sólo suyas, sólo de Helena y de Lucia. Mujeres con cabello perfumado a madera fresca y recién talada, con cejas que enloquecen a cualquiera, con manos que embrujan a la orgía de magos cautivos, con cabellos rizados que alucinan en la cruz a Cristo.
Sólo les digo mujeres, que hay huellas con su nombre, que hay pequeñas grecas en las cuales me hundo para buscarlas aunque sepa que no voy a encontrarlas. Cómo les digo que son mujeres perversas, enamoradas y ermitañas. Deseo tener mi boca siempre llena de su boca, tener mis brazos siempre llenos de los suyos. Mujeres inalcanzables, niñas eternas y musas de los dioses, permitan a este cuerpo moribundo caer una tarde en tus brazos, descansar sólo un poco en su vientre fértil y terso, navegar por su universo lleno de abismos sin salida.
Sabía desde que las vi en sueños que su olor lo llevaría siempre, supe que serian celestiales y al verlas me provocarían la muerte, aunque esta fuera irónica y comúnmente irrealizable.
Jamás imaginé poder vivir sin su palabra hecha caricia, sin su mirada hecha canción, sin ese caminar que me invitaba al paraíso, sin su risa incitándome al mar inmenso de su vientre..
No pude conocerlas en su totalidad, parte del encanto. A mi pesar, se derramaron lentamente en mis brazos hasta desaparecer. No volveré a verlas, así de simple, no volveré a verlas. Jamás mis ojos podrán volver a tocarlas.
Sólo les ruego, Adonis, que nunca me despidan de su cuello, que jamás alejen mi recuerdo de su piel blanquecina, nunca limpien los besos que dejé en su cama, no me destierren al olvido porque entonces me obligarán a maldecir la sombra que llevó hasta mí su nombre.
Ahora mujeres eternas sigo en el suelo murmurando, desgarrando estos ojos ya marchitos. Espero sólo mi muerte, devastada y bien merecida. Porqué duelen demasiado las heridas que no sangran, que solo duelen.
No volví a saber nada de esas mujeres místicas y ardientes en la cama. Caía su ropa lentamente y sólo la observaba, instantes que se convertían en mi necesidad al borde del miedo, al borde de la muerte pequeña, al borde de la locura. En el ambiente reinaba esa sensación que desgarra la sangre y estimula las piernas flexibles para que se desintegren. Con un par de frases invitaban al deseo entrar por las hendiduras de mis labios y beber de mi sexo toda aquella agua que se necesitaba para no morir de sed. Me visitaban mujeres cuyo nombre desconocía, cuya humedad confusa me llamaba en silencio, cuyo sabor presentía y cuyas caderas eran como una puerta abierta que me ofrecían lo que tanto anhelaba.
Nadie dudó nunca que les llamara antes de partir al infierno cuyas puertas me esperaban. Nadie nunca dudó que yo las amara en barcos de madera, en aviones destrozados, y en otoños de hecatombe.
Mujeres como Lucia y Helena eran veneno y alucinación hecha agua asfixiando mis sueños y adueñándose de mi cuerpo. Se perdían en mi refugio y recorrían mi solemne badana, mis venas y se metían en mis sábanas que no eran de sutiles. Se desnudaban primero y eran mi tagarnina, partían a mi vientre, galopaban en mi boca y se derramaban en las partituras de mis piernas. Eran mi narcótico. Ardían y se retorcían en mis brazos, se evaporaban al tocar el edén perdido. Eran mi pócima y perífrasis de la guerra troyana. Gracias a ellas entraba por los caminos del jardín oscuro, gracias a ellas interpretaba mis sueños, vivía en tormentas secas y mi saliva era vergel.
Eran mis amadas. Me regalaban su aliento y movimiento. Jamás imaginé sensualidad parecida en un cuerpo. Ocasionalmente dibujaba su persona pero nunca sospeché siquiera tenerlas enfrente. Eran mi paisaje y ahora trazo su figura como si ésta fuera mi mundo descubierto. Ahora las veo y vuelo sin dejar de saborearlas. Son ahora parte de mi voz insospechada. Son el bálsamo que me acompaña siempre, el kerosén necesario para levantarme de la intemperie. Mis amadas serán por siempre. Debajo de mi cuerpo estarán eternamente, sobre mi sudor fecundado y mi caminar cansado. Imposible será no soñarlas sobre mi cubierta. Hacían los tres movimientos básicos de una pieza: Allegro, Adagio y Allegro con brío. La lentitud del día se volvió canción y la luna dejó de ser un personaje errante. Las amaré a perpetuidad como en los panteones y a los siete años haré hasta lo imposible por que no les saquen de mi tumba. Amadas, les juro amor eterno. Zenzontles escucharé cada mañana que pasen a mi lado, invocaré a las extrañas flores para que degusten a su olfato y buscaré al mejor aire para que satisfaga a su oído. Mis amadas ahora les nombro sin su permiso, les conjuro al grado de ser intrusa e indiscreta. Son ya parte de mi altar secreto y cada tres horas diré sonriendo su nombre.
Hurto a escondidas su deseo sin que pise el antílope la desgracia de mi suerte. Eran engaño real a mi ceguera confusa. Mujeres poco sumisas, no se me quitaban nunca de las ganas, siempre sudaba su nombre, nombre pequeño y extraño, nombre que gritaba en pleno ascenso y que musitaba en mi viaje de regreso. Eran una guerrilla sin razón, una tropa de mujeres en una sola, eran una taberna de lloviznas nuevas, de lluvia ácida. Bailábamos en campos secretos bajo rocíos de arena mojada y nueva. Eran una estrella que alucinaba paraísos derrumbados y llenos de penumbra. Con ellas sentía esa brisa que arde, que provoca a la sangre salir por la mirada.
A una de ellas le escribí una carta para que me hiciera un espacio en sus besos, para que me diera un poco de calor con su abrazo, aunque forzaba demasiado los brazos pensando que en eso consistía eso que llaman amor. Estas palabras fueron escritas una noche en que hadas violetas vinieron a visitarme. Esta carta pedía a Helena que no se marchara como Lucia lo hizo una noche para siempre.
Escribo esta carta en la que espero encuentres el paraíso y te despidas de la nebulosa inquietud de caminar sin la irradiación de tu mirada.
No pondré remitente para que así imagines el nombre del ser que de tu gusto emane, y aun espero que reinventes el momento en que la recibas para que sea mucho más misterioso y algarábico este papel amarillento.
No quiero parecer habitante mortal de la melancolía, sólo que he estado en una ciudad frígida y solitaria, y por lo tanto he tenido la necesidad de escribirte y de sentirte en mis pesados recuerdos, en los que de nuevo siento tu sudor recorriendo mis ramas secas que reverdecen al mojarse con tu salobre agua.
Cantarte quiero ahora que en luna menguante me encuentro, regar tus cabellos con mil palabras para que estos me recuerden. Acariciar quiero tus largas piernas de cedro y beber de tus dos soles que guían tu iluminado cuerpo todas las noches.
Ahora llevo colgado a mi cuello un rosario que lleva tu nombre, me sirve de guía al internarme en el río lleno de nubes del que no regresaré hasta la próxima eternidad.
Firmo este pedazo de piel con mis labios que te llaman en silencio por temor a que les escuches y no los veas, sólo firmo con las comisuras de una boca interminable en la que únicamente caben tus dos nombres, uno místico y el otro entrometido en mis dientes no tan blancos como los tuyos, ni tan perfectos como tus tres lunares que hacen de tu sexo hecho boca, un triángulo perfecto en el que me perdí una noche para siempre.
Esta carta sólo es para ofrendar la última parte de mi corazón lleno de arterias, que son como caminos de asfalto mojado que me invitan en cada parpadeo a tu selva mojada por mi recuerdo y a esa rampa que llega hasta el infinito, que empieza en tus nalgas y termina en tu cuello.
Esta carta compleja es también para nombrarte a las tres de la mañana de cada vigésimo día de este milenio, y es para navegar en tus brazos tersos y terminar en la curvatura de tus uñas que se parece tanto a la alberca de tu ombligo: asterisco único que divide tu piel desnuda, que es mi guía invidente rumbo al camino de tu sexo y la cascada que nace de éste me lleva casi ahogándome hasta tus muslos, y estos me avientan al arco de tus pies en donde grito de nuevo tu nombre a las seis de la mañana en que me despierto jadeante por tu deseo.
Esta carta sólo espera impaciente la llegada de tu lengua a mi boca, a esta boca que se plasma al ocaso de estas imágenes que me vienen cada vez que me abrazan las sabanas frías y malas amantes que tengo como cobijas.
Espera mi cuerpo impaciente tu calor, tu noche, tu amor, tu aliento, tu tacto, tus sonidos al amar, tu piel térmica, tus versos. Esperan mis ramas, mis gritos, mi sudor, estar pronto, muy pronto cerca de ti.
No firmo con mi nombre por temor a que lo borres cuando termine de nombrarlo. Firmo con mi aliento que llevarás con tu piel hasta tus últimos días, hasta el último escalofrío que dé tu bello cuerpo en el momento que decidas navegar a la eternidad de la nada, hasta ese momento mi aliento te acompañará y se esfumará contigo.
En luna creciente me encuentro
En luna menguante muero y en ti
mi luna llena me desvanezco.
No puedo dejar a un lado el recuerdo, después de invocar este canto, de María Magdalena, mujer de visión infernal que me invitaba al lado oscuro del ocre, de ojos claros y bien aventurados. Dichosa por ser la Musa del eterno creador, la medusa de los caminos otoñales, la dueña de lo prohibido, la perfecta mujer azul, la indescifrable hechicera con lunas estrelladas. Mujer cuyas manos enredaban cualquier cuerpo y cuyos ojos hipnotizaban a cualquier animal carnívoro. Patrona de los ciegos, símbolo de la Gracia iluminativa, guía en la ceguera del pecado; cómo no repetir su nombre a media luz, cómo no pedirle a su lengua convertirse en soga para terminar por siempre conmigo, cómo no pedirle a sus labios que me muerdan el cuello y a sus brazos que me entrelacen hasta que desaparezca.
Cómo negar a María Magdalena, delirio alfabéticamente quimérico y alucinante. Esa que todo me lo dio, que todo me hizo, a la que adoré por tener una pena muy dentro, en el alma, la que murió por amor y su vida no tuvo remedio. Fue mujer del aire, me acosté con ella y me cansé de ella. Fue esclava del universo ultraterreno, perfume de girasoles negros, Marinera del planeta cuyo nombre es Ayer. Beldad de boca hecha misterio y cuerpo de Venus con brazos tersos, con cabellos serpentinos y mirada petrificante. De apariencia hermosa y angelical, obediente, manejable, conocedora de las cosas reveladas para poder llegar a la felicidad eterna, mujer poeta, mujer sincera, tierna y seductoramente profunda.
Por eso digo ahora que es ayer: si mañana no tengo futuro, si mañana no tengo más presente, sólo pasado remoto, significará entonces que acepté invitaciones de alucinaciones de media noche. Significará entonces que María Magdalena logró seducirme con encantos perfumados y sutiles.
No debía de quererte y sin embargo te quiero María Magdalena
No debían mis dedos imaginar tu cuerpo y sin embargo lo hacen cada vez que Marte se acerca a la tierra.
Que si te recuerdo, que si aun te quiero.
Que cuántos lunares tengo, que cuántas veces te he amado en orgías imaginarias.
Preguntas que haces por escrito.
Preguntas que invaden mi cuerpo.
Respuestas.
Respuestas son las que no tengo, son las que se van cuando llega tu ausencia.
Mujer del Mediterráneo un día te dije.
Venus en llamas te nombré una noche.
Bendita maga que alumbraste mi camino.
Mina de seda murmuro tu nombre cuando lágrimas me apresan.
Calla por ahora tu destino.
Calla sólo por ahora el cuento que me cuentas a solas.
El cuento que cuenta mis lunares.
No menciones por ahora el miedo que le tienes al ave fénix.
Guárdame un cuento para cuando regrese de este viaje.
No tardaré más, lo prometo.
Sólo vine a esta realidad que ciega, que transforma, que hiere.
Dicen que sé demasiado y por lo mismo ya no sueño.
Dicen que conozco de más el inframundo llamado cotidianidad y que ya no pertenezco a esta ciudad.
Mujer de ojos felinos.
Mujer cuya danza es ardiente.
Mil mujeres en una, mil gemidos que salen de una sola boca.
Espero nunca tu llanto me nombre
aunque jamás respuestas salgan de mis fauces.
Espero tu piel nunca me olvide
aunque por largos periodos no me toques.
Dame tu mano por las noches cuando sueñes.
Yo camino a tu lado siempre aunque no me sientas.
Descíframe por las noches en las que no me encuentras
Descúbreme en los poros de tu piel
Conóceme en calles repletas y cuerpos desolados.
Penétrame con tu mirada a plena luz
Transcríbeme en tu lienzo blanco en el que te reflejas
Interpreta mis silencios que son como olas despidiéndose
Platica con las mujeres de las que hablo
Confiesa tus secretos delante de mi túnica dorada
Canta a voz en grito tus miedos, esos de los que hablas murmurando
Permite que éste enjambre hecho animal se acerque un poco a ti
Admite que mi treceavo beso toque un poco de coraza que lleva tu nombre
Siente el volcán que llevo dentro,
Siente, tan sólo un poco el fuego que desea quemarte por siempre
Eres mi paraíso.
Regálame dentro de un siglo tu nombre y tu misterio
Toca mi séptima costilla para que no me olvides
Introduce tus labios en mi ombligo para que siga vivo
Hazme esclava de tu vida y crucifica éste diáfano cuerpo
Vivo, no sé porqué vivo, pero sólo vivo
para verte, para despedirme, arrepentirme, arrodillarme.
Persiste sólo un poco, sólo un poco persiste maldita sombra y recuerdo. Si hay despedida en pleno camino dejaré semillas para que regreses, si hay desamor en pleno vuelo huye sin decir nada, huye para siempre ilusión del diablo; huye de esta jungla de animales encerrados en su propia celda, selva de caníbales fantasmas y de carroñeros vestidos elegantemente, bestias que no se atreven a caminar por las calles soñolientas de ésta gran ciudad atestada de ciegos que piden limosna, que no se atreven a caminar por este mundo despierto, por este zoológico de alimañas que sólo conciben la muerte del otro, pero jamás la propia; fieras que prefieren comer al
semejante que observarse en el espejo, bestias que jamás se preguntan sobre su presencia, pero sí empujan el cuerpo del otro para quedarse con más espacio y así morir lento. ¡Malditas bestias me han tragado lánguida y dolorosamente! ¡Malditos vertebrados me han carcomido la piel con la que bebía humedades celestes! ¡Malditos carnívoros me han roído hasta los ojos con los que percibía el entero mundo, y sobre todo los pocos amaneceres que hay en ésta ciudad llena de lobos hambrientos! Me han mordido hasta los huesos, me he apolillado en este mar de visitantes inoportunos, en ésta glorieta de personajes inventados y existentes, en este globo terráqueo en el que muero armónicamente. Entro en el infierno que me espera. Por eso seré sólo la huella de una, de la que llevaba el tiempo en su espalda, como las tortugas marinas y terrestres: metódicas y observadoras.
Si me mirara a los ojos que no tengo ese dios en el cual no creo, esa virgen que nunca fue virgen, si me tuvieran un poco de compasión los cuatro dioses de los puntos cardinales, le pondrían más filo a esta daga de recuerdos, a estos nublados días que percibo desde este mundo turbio y oxidado.
Los únicos ojos que pueden verme en la oscuridad son los de Edipo, su ceguera es parecida a la mía, a él se los quitó su madre, los míos se los comieron las brujas de las tinieblas. ¡Bendito Edipo! buscabas a tu madre y la encontraste, le hiciste el amor y después te despediste. Yo la busqué pero jamás pude encontrarla. Pedía que me nombraran para poder nombrarme, me buscaba en sus historias pero nunca existí en ellas. Así pasó Edipo, pero escuché a Aristóteles, le escuche invitándome a imitar cuerpos y hacerlos míos, me invitó a sentir, a percibir todo lo que estaba cerca y lejos de mí. Lo escuché serenamente que decía “mimetízate en otra piel, en otro sudor para que existas en el obsceno juego del amor. Y lo hice, Edipo, lo hice intensamente con María Magdalena, terminé por buscar el gris camino como ella. Fui torbellino me fui con las sombras que fueron mis mujeres, mi exceso permitido, mis recuerdos futuros y mis codiciados caminos transitados. Terminé caminando por esas avenidas enfermas de anemia, enfermas de sol y del alma.
Hubo mil mujeres, que en realidad sólo fueron una, quienes me llevaron a lo desconocido por mi sudor siempre presente, por mis labios pulidos y acerados y mis lunas llenas carcomidas; lobas que me llevaron por los infiernos, almas del Limbo suspendidas entre su deseo de ver a Dios y el conocimiento de que jamás lo lograrán, almas del purgatorio invitándome a la segunda muerte, al mundo ultraterreno.
Edipo, qué más puedo contarte sino de estas mujeres hechas agua y arena y mar que se evapora junto con el viento de febrero, bendito viento que llegas a Mitla, lugar de descanso. Todas ellas la muerte, la mujer terrenal que nunca he sido, ni seré.
A todas ellas, a ella me entregué sin condiciones y me olvidé por completo de mí. Ellas, mujeres inalcanzables, alucinaciones de media noche, sueños que no caben en la taberna de lo prohibido, Musas impalpables que se disipan con cualquier ruido. Ayas que me devoraron hasta que no quedó nada de lo que fui. Nodrizas que masticaron hasta el último hueso perceptible, quemaron poros obstruidos por verdades innombrables; vestidos hechos carne con sus dientes filosos, desmembraron mis frases hechas canción con sus besos emponzoñados, taladraron mis heridas y abrieron las cicatrices.
Mujeres infernales pecadoras por amor, sobrevivientes del pozo oscuro de la soledad. Ellas, todas, una, gritaban al oído leperadas incompletas y percibían mi cuerpo como ataúd muerto por ser asfixiado. Fueron arrebatos sugestivos y combustible perfumado para mi andar eterno, cruces llenas de sangre que cayeron en tres lugares diferentes, lecturas interminables en pieles ignoradas, caminatas por laberintos desconocidos, poemas nunca escritos, cantos jamás mencionados, verbos ninguna vez actuados, sustantivos expresados en ningún modo, oraciones en ningún tiempo, partituras no leídas. Ellas, ella, todas, una, abrió las puertas del infierno, mi próximo lecho.
Eran las mujeres de Dante, del mundo ultraterreno, más que una introducción al viaje de ultratumba, almas que están en el purgatorio, mujeres diabólicas que beben la sangre derramada por la corona de espinas puesta el día sagrado; llevan en su sueño el pecado que adormece los sentidos y ofusca la inteligencia; panteras y leopardos, pecados y castigos. Oscuras referencias que hacen correr lagos de tinta. Matronas que tienen como lengua a dragones hambrientos, lobos marinos incansables, serpientes luminosas y flexibles; callan para ser escuchadas y mueren para reencarnar en mí.
Costillas indudablemente sabias, comadronas sedientas de corazas tiernas, parteras de hechizos negros, Señoras de la poca bondad, madres de los descarnados, dueñas de la basura avernal, mujeres producto de la exhalación diabólica que lamentan su temprana muerte, diosas elegantes, perfumadas, seductoras, embalsamadas.
Figuras misteriosas con significados míticos, sombras anónimas, negruras reservadas, pensamientos invocados, evocaciones sonámbulas, aullidos impenetrables, chillidos feroces, bramidos bíblicos, resoplidos infernales, seres inmaculados por unir sus respectivos cuerpos, inteligencias celestes ocultas para los hombres.
Todas ellas mujeres, inventadas unas y reales solamente una, María Magdalena a quien nunca puse candados a su deseo. Todas ellas, toda ella, abismos oscuros, sacrilegios perdurables, dolores incansables, escalofríos perpetuos, posturas de la muerte viva, el espinazo del Dios muerto, apetitos desordenados correspondientes a sus perversas naturalezas, hojas caídas en otoño, castillos de la sabiduría, cerberos de tres fauces, símbolos del apetito incontrolado. Todas ellas, toda ella, lamentos indefinidos, suspiros evasivos, complejidades perceptibles, gemidos ufanos, llantos que se dilatan.
Fue mi culpa dejarme seducir, engañar por ellas, por ella y ahora muero, abatida muero, amilanadamente muero. Las amé, la amé y no la perdono y no me perdona. Sin embargo, está sola, pero tranquila ahora que por fin Ella, la que siempre se escondió debajo de los velos que cubrían a las Magas, la que siempre ha sido y se ha escondido debajo de la piel de tantas mujeres que mandó por mí, la que quiere a la luna fría, peces globo y estrellas marinas. Ahora Ella, sola pero tranquila dice:
Nada
sólo aquella mantarraya que volaba en pequeña cofradía
nada
sólo músculos impacientes corren y pintan tu camino
nada
sólo aquella mantarraya impaciente dice:
oscuridad marina oscuridad marea oscuridad marinada oscuridad moribunda
nada
capricho oscuro
oscuro capricho
resulta benigno el azul veneno
nada
ni tu mirada ni mi silencio ni tu impaciencia
sólo una mantarraya que dice:
calla calla calla
por favor calla
sida láctea láctea sida
carencia de halla
mantarraya
manta sin raya
raya sin manta
nada
sólo aquella mantarraya que sin nada me decía:
ni tu sonrisa ni mi clemencia ni mis reproches ni mis súplicas ni mi sentencia
sólo tu mirada vacía diciendo nada
sólo tu desprecio y tu prisa
sólo unir tu tesis carente de preguntas
nada
todo compete a una sola frase que jamás dije
no se en qué momento tu cuerpo mi cuerpo el cuerpo perdió perdimos la razón
hay esquinas de inyecciones
hay mañanas hay panteones donde ni el cuerpo
ni tu sonrisa,
ni mi impaciencia, ni tu mirada, ni tu meñique ni mi cansancio
caerán del cielo junto a la luna,
junto a Marte,
junto a Venus,
serás,
seré
seremos el sol yaciente del cuerpo de la piel
piel como lenguaje como tatuaje como pelaje como papel amarillento
donde escribiré todas las noches tu infinito nombre acompañada de tu ausencia
luna luna luna
nada nada
no te digo más
no ladraré más
cantaré en silencio
te besaré como un ciego
seré tu manta raya
seré lenguaje
no abriré mas la boca para decir nada
para suplicarte que regreses
no abriré más la boca para decir nada
luna llena media luna luna menguante
luna
por siempre serás mi luna
nada
cantaré en silencio
diré ya nada.
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¿puede morir la muerte?
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