miércoles, 5 de septiembre de 2007

Espartaco

ESPARTACO
Encadenado estaba Espartaco bajo el preludio sonámbulo de la luna. Ocultaba la sordidez de su camisa, lo opaco del espejo, pétalos juguetones que desgarraban su camino. Negaba la dulzura de los pechos de su amada, negaba las piedras que intuían su soledad. Corría bajo la lluvia dormida para encontrarse de nuevo como en un sueño, pedía que la luna descubriera su humedad. En la nada se imaginaba hablando con canciones de tiempos fragmentados, se descubría hablando soliloquios en espejos fracturados.
¡Espartaco, Espartaco! Murmuraba su nombre creyendo haberlo olvidado. Tenía tanto dolor que encantado estaba por las penumbras invernales. Cerraba puertas y descalzo caminaba buscando cristales para hacer caminos. Intentaba viajar en escobas voladoras porque en su cabellera tenían escrito su destino. Pedía para su muerte un puño de tierra, un ramo de flores y una palabra bella de la boca de su amada imaginaria para no quedarse mudo.
Ese Espartaco que en espejos se veía y su contorno fraccionado veía reflejado. Ese mismo Espartaco que de niño jugaba con miradas que trazadas en las nubes sonreían. Espartaco, aquel que si te mira, podrás ver a los cuatro vientos y el pasado en sus ojos, el mismo que nunca será rescatado. Si le miras, podrás de nuevo tomar altura y será un jardín el mundo.
Amanece y vive en la sombra del agua, nos mira a distancia, sueña nuestro sueño, es el conejo de la luna que aparece sin ser llamado a media luz. Arde en la selva y se empapa de imágenes intolerantes. Es carne de cañón, es insensato, es cielo nublado y día lluvioso, le juzgan por dormir semanas y viajar en barcos de papel, le juzgan por mantenerse a la orilla del sazón humano.
-Hijo, despierta, mira sólo un poco, ve éste cielo que trae Miguel Ángel y ve éste espejo que trae Picasso, ése azul que pintó Miró-
Escuchaba eso cada tarde que veía a su madre en la cama llena de clavos y mantas blancas. Veía incluso esos libros que un 20 de julio le dejaron debajo de la almohada.
“¡Espartaco, Espartaco!” susurraba de nuevo su boca helada en las noches de luna menguante, se espinaba con rosales del jardín y gritaba de fuera hacia adentro como si le hubieran talado parte de los sesos.
Esporádico era Espartaco, tenía jornadas incansables de imágenes abstractas, mientras las orillas de su cama se convertían en parte del navío en el que se encontraba.
Gritaba por la noche”¡A baboooooor, a babooooooor! ¡Tierraaaaaa, tierraaaaaa!”, así Espartaco se hundía cada crepúsculo en mares llenos de peligro, navegaba en barcos fantasma y brincaba en lanchas de madera para que salvaran su vida, navíos llenos de recuerdos, de sombras que sólo le anunciaban a Espartaco su cercana muerte y su lejana vida basada en la razón.

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