En el puerto de cuba, hay un malecón en el que se refleja la luna y los visitantes van a ella como si los llamara un imán.
Ese malecón siempre está lleno de gente, gente sola con ganas de conocer personas que les digan cómo es allá afuera, qué hay. El mar de testigo mudo, el mar y sus guerras, el mar y su grito y su canto indulgente.
Personas con enormes sonrisas esperando salir y cantar y bailar. Sueñan con saltar el malecón mientras yo me grabo el sonido del mar para regresar en días citadinos e inesperados y sonreír como el nativo, cantar y bailar en medio del hambre.
Quiero ir al Caribe, quiero ir al mar en luto, quiero nadar en medio del manglar cubano y reír con ellos de simplezas, quiero tomar ron a granel y jugar dominó por las tardes y leer poesía con una mujer llamada Legna y Yara una blanca y la otra morena y bailar con Sadiel y con un bailarín que bien pudo ser el de mis sueños.
No hay más, llegar a Cuba es tocar el cielo, pero no hablo de esa Cuba de la que hablan los que no conocen sino de esa que conozco de día y de noche y de tardes melodiosas como esta.
lunes, 13 de septiembre de 2010
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