miércoles, 5 de septiembre de 2007

Dorotea

DOROTEA escribía para inmortalizar a su amado, para matarlo y sacarle de su corazón. Siempre firmaba con seudónimo para no robarse a sí misma su alma. Andaba por el camino amarillo de Venecia. Seguía pasos ajenos. Navegaba en góndolas guiadas por fósforos de color marrón.
Dorotea fue expulsada del paraíso por decirle a su costilla “Quítate la ropa y hazme el amor”.
En silencio lloraba, en silencio lo amaba. Le esperaba cada noche para así recuperar su dolor ya olvidado.
“El amor eterno no existe” rezaba a menudo. Letanías extrañas murmura en las que aparecía su nombre y los pronombres tu y yo.
Ella sólo menciona que le ama cuando ya le ha herido, sólo le pide perdón cuando ya le ha amado.
Dorotea tenía amigos de hojalata, confesores como leones y espantapájaros como médicos de cabecera. Caminaban todos por el mismo camino amarillo de Venecia, guiados por el color rojo de los balcones. Cantaban y vitoreaban al mago de Oz quien les haría encontrar su lugar en aquel estanque de agua oloroso y fértil.
Continuamente, Dorotea, en su pensamiento pronuncia mi nombre.

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