EL TIEMPO ES EL HACEDOR de un recuerdo
acompañándolo también el silencio, la quimera errabunda, el sueño y rara vez, pero muy rara vez el viejo y cansado entusiasmo.
Siendo así tan sólo un murmullo salvaje aquella pelota de plástico con la que jugaba de niña en mi calle llamada azucena. De igual manera evoco con gran frecuencia la magia de la lluvia que provocó, al caer en mis manos pequeñas y frías, olvidarme de aquel desierto fugaz, que no hacía otra cosa mas que empañar el espejo de mi corta, pero tatuada existencia.
Podría decir incluso que la luna y el reloj han sido tolerantes conmigo, porque al pasar diario por el laberinto cansado de mi cuerpo no he encontrado mas que una oreja roja, un zapato viejo, un violonchelo roto, saliva de color azul y definitivamente una mujer llamada salud extraviada desde hace unos veinte años, convirtiéndome así cada noche en un
animal moribundo lleno de luz, que tan sólo puede observar un vitral negro, en donde paradójicamente se esconde una paloma, un caracol, un monte y un camino por el cual algún día, cansada de hacer viajes al interior de mi ser, regresaré a casa, olvidando aquella pequeña aguja instalada en mis fantasías por la mismísima
parca, olvidando también que mi alma se hizo picadillo, mi ser basura y mi cabeza sangre, refiriéndome al poco líquido vital que queda en el cuerpo decadente que soy,
que he sido y aunque he intentado cambiar el rumbo de mi vida andando entre cantina y canchas repletas de hierba amoratada, porque sé bien que no viene al caso pero entre el tenis y mi padre golfista, el trayecto de mis pasos no han sido muy delineados.
Así que por el día de hoy termino este intento
de poesía, convirtiéndose después en confesiones de mi entrañable amiga de nombre soledad.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
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