miércoles, 5 de septiembre de 2007

María Magdalena

MARÍA MAGDALENA atraída por todo aquello que le llevara lo inverosímil de su vida. Encantada estaba por lo subjetivo, por las cigüeñas y bufones. Harta decía estar del placer afónico, del dolor incipiente y de las fobias inquietas e inconclusas. Caminaba lento, tan lento que el ratón y la tortuga platicaban de sus pasos, tan lento que el viento cargaba su cuerpo sin dejar huellas falsas.
María Magdalena, corta de espacio y de nombre largo, pies pequeños y cintura endeble. Caminando, siempre caminando. Pensaba, sólo pensaba.
Hablaba poco, haciéndolo solamente cada tercer día a las dos de la mañana. Comenzaba con mayúscula y continuaba con minúscula, charlaba durante dos párrafos y callaba, había silencio y continuaba con uno más para así decir el punto final del pensamiento. A las veinte horas María Magdalena bailó el último son de Veracruz.
Bebió del obsceno vino del amor para así morir de repente, para morir simbólicamente y poder nacer de nuevo al calor incipiente del circo beat, para germinar continuamente al teatro vidal y no morir jamás.

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