miércoles, 22 de septiembre de 2010

artículo de Cuba

Cuba: antigua ciudad detenida en el tiempo.
“¡Torta, torta!”, “¡Pisa, pisa!”: son los gritos que se escuchan al pasear por las calles de la Habana, mientras algunos lugareños intentan adivinar la nacionalidad de los viajeros se pueden observar vehículos poseedores de una historia de más de sesenta años en perfecto estado de conservación. Mientras el visitante se interna en esa Habana de la que nadie habla porque pocos conocen se encuentra con taburetes afuera de las casas, ancianos alegres jugando dominó, tomando ron, café, cerveza o refresco y fumando tabaco fielmente cubano, se tropieza también con ese inquilino de la Habana antigua, con los famosos “camellos” llamados así por el parecido con los animales de zonas desérticas. También la bicicleta se convirtió en un excelente medio de transporte para cuando se desea hacer un recorrido corto y sentir la brisa marina en el rostro y observar el peculiar paisaje que presenta la habana entre gritos, colorido, ritmo y preguntas constantes que hace el lugareño al visitante.
Encontramos contrastes entre visitantes y lugareños, entre automóviles antiguos y modernos, entre el colorido de las costumbres y lo desgastado de las fachadas de las casas, entre mujeres llenas de ritmo que llevan consigo poca ropa por el calor incesante y húmedo. El olor a gasolina impregna la memoria del que recorre esta vieja ciudad no cansada. Observamos en nuestro trayecto casas sin ventanas y en ocasiones sin puertas y con paredes incompletas, balcones llenos de miradas expectantes, niños jugando todo el tiempo, mujeres con pantalón corto y blusa de tirantes platicando con amigas o amigos como en todos los lugares, se observan también bolsas llenas de comida subiendo gracias a un perfecto amarre llegar hasta uno de tantos balcones, suponemos que es para no subir las escaleras y el dicho manjar llegue rápido a la boca del hambriento. Seguimos nuestro camino como cualquier espectador anhelante de observar imágenes nuevas, mientras a lo lejos se escucha “¡la guagua! ¡la guagua! ¡la guagua!”: gritos que invitan al lugareño a usar el transporte colectivo, mientras las miradas nos siguen como a todo visitante y las preguntas continúan al igual que las adivinanzas sobre nuestro lugar de origen.
Estimado lector le invito a sentir el calor húmedo obsequiado por el mar, a observar rostros callados que gritan historia, a delinear sonrisas de sandia y sumergir su mirada en unos ojos abiertos como dos faros de luz a media noche. Sonría con ellos, sienta el ritmo de congos introducirse en su pecho. Sienta la vibración de esa Habana pocas veces contemplada y por lo tanto inexistente para muchos. Camine por calles no visitadas por viajeros; no sea uno más en la lista de turistas, entre al corazón de la Habana y viaje por arterias llenas del líquido vital aun no derramado. Esto no es una elegía, esto tampoco es un poema. Es simplemente una invitación a tomar mi mano estrictamente sin hacernos daño, y ver lo invisible, a escuchar el silencio y decirlo todo con un suspiro. Déme la mano querido lector y emprendamos un viaje hacia la Habana.
“En éste instante breve y duro instante” / Cuántas olas se rompen / finas, débiles, exquisitas. / Cuántas olas explotan en un espasmo / y se convierten en espuma.
Visitemos el Capitolio, vaguemos por el Malecón, conozcamos a su gente, al tocororo, a la palma real, a la mariposa, probemos la comida de Camagûey, la pisa, la torta (aunque todo sea de jamón y queso), bailemos al ritmo de los sones, del chachachá, de la salsa, de la conga, de la rumba, caminemos por sus calles escondidas, bebamos ron y café, hagamos amigos, porque es difícil salir de esta isla sin amigos, degustemos los paisajes y las playas como Santa Lucía, Trinidad, Varadero, veamos con tranquilidad las camionetas llenas de plátano verde, disfrutemos de esa región mejor conocida como perla caribeña. Recordemos siempre a esos hombres y mujeres haciendo habanos con sonrisa en el rostro, a esos niños jugando fútbol en la calle e interrumpidos por el “cocomovil” de color amarillo, o por los “camellos” o “bici-taxis”, a esos viejos jugando dominó en plena calle o a esos lugareños que sólo contemplan su tierra y preguntan eternamente de donde es el viajero e intentan adivinar la respuesta.
La gente, la brisa, el tiempo detenido en una isla, las tiendas que presentan marcas propias y extrañas, todo es desconocido y nuevo para estos ojos visitantes, el tiempo se ha quedado guardado en una fotografía como aquel gato observando el lente de mi cámara, como aquella mujer que sonríe tímidamente y así se queda, o como aquel anciano que quiere ser fotografiado y guardo en un instante. En fin, Cuba: mezcla española y africana, donde se vive la calle no sólo se transita, donde se baila al ritmo de los congos, donde la gente habla tan rápido que a veces no se le entiende, donde hay bullicio, donde conviven armónicamente lo viejo y lo nuevo, donde rompen las olas y refrescan la ciudad, donde lo desgastado de la arquitectura ya es parte del lugar, donde el rostro tranquilo de los callejones se contagia y donde el amanecer y el atardecer duran un poco más que en cualquier otra parte.

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