sábado, 25 de septiembre de 2010

después de leer a Eduardo Olaiz

Dios no entiende lo que digo, él no habla como yo.
Siempre he dicho que es el más prostituido, en pocas palabras es una ramera, acepta que todo mundo lo mencione, pero no entiende lo que digo. Se ´preocupa por su yo, eso es lo más importante para él.
No entiende lo que digo, lo visito, le hablo, salgo y siento vacío, siento nada porque no me ha entendido. No hablamos el mismo idioma. Yo hablo de abismos, de locura, de poesía, él habla de gente, de alegría, de vivir.
No entiende lo que digo.
Lo hemos hecho soberbio, magnificado, mitificado.
Dios no entiende lo que digo, él habla de luz y yo de tinieblas, de desolación, de soledad.
“He perdido mi alma, qué más puedo perder”.
Dios no entiende lo que digo.

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No tengo tus ojos, no puedo verte, no puedo verme. Dime cómo soy, dime qué me pasa a las tres de la mañana que despierto llena de angustia, llena de sudor. Dime qué siento al ver la luz en medio de la oscuridad, dime qué hay en mí, dime cómo soy.
Quiero tus ojos, quiero verme, no sólo mi sombra, quiero verme de verdad. Dime cómo soy, aunque sea lo último que yo sepa antes de morir.

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Tengo un grito en la garganta que quiere gritar soledad.
Tengo un aullido en la mirada que quiere decir a los cuatro puntos cardinales que hay nada.
Sólo sé escribir que significa perder el tiempo,
perder la vida,
perder la felicidad,
porque cuando escribo callo y cuando callo escribo.

Soy intolerante a la palabra vacía,
soy tolerante ante la poesía, tengo diligencias.

Amo al genio muerto.
Amo al vagabundo devastado,
al hojalatero de la vida,
al curador de arte al recolector de la basura humana.
Amo al árbol paciente que espera su muerte tranquila y otoñal.
Amo al agua, al mar, a las olas aguerridas y sonoras,
al cactus defendiéndose de la carroña,
al mate unificador de la palabra,
a la tinta: eco de lo dicho,
al silencio: eco de la nada.

Si no hay silencio no hay enseñanza,
si no hay palabra no hay silencio.

Amo tus labios al moverse.
Amo tus manos cuando hablan.
Amo tu cuerpo cuando calla.
Amo la imagen melodiosa y sencilla.
Amo a la condición humana por compleja e inentendible.
Amo el rojo por ser sangre de mi sangre.
Amo a la muerte contemplativa y silenciosa.
Amo al misterio de tus ojos.
Amo al tranvía cuando tú lo abordas.
Amo la calle silenciosa, amo al discurso sin mentiras.
Amo la melancolía por ser sincera.
Amo la locura por ser coherente.
Amo la invitación al pánico que es la realidad.
Amo la vida por ser mortal.
Amo a mi sombra por no dejarme sola.
Amo al caracol por dar la vida.
Amo tus piernas por ser tersas y delicadas.
Amo mi reflejo porque desaparece lento.
Amo al fin del mundo por sus fiordos imponentes.
Amo tus manos porque me reconocen.
Amo tu palabra porque me nombra.

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Que Dios me perdone por blasfemar ante su rostro, por amarte sin vergüenza y sin ataduras, por caminar debajo de la mierda, por conmemorar a la muerte y por seguir a la sin razón, por buscar el nombre de Dios debajo de las piedras, por rezar leperadas en mis sueños, por esperar verte en un obús, por taladrar las hojas de los árboles, por imprecar a los 600 santos, por maldecir al santísimo frente a frente. Que Dios me perdone por seguirte sin descanso, por amarte con lujuria, por no escucharte e imaginar desnudos tus muslos y la entrepierna, por tocarte lascivamente. Que Dios me perdone por existir sin su imagen debajo de mi almohada.

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Piedad, piedad, piedad
Para el vagabundo

Piedad, piedad, piedad
Para el loco que no sabe lo que hace.

Piedad, piedad, piedad
Para el hombre que por reflejo mata

Muerte gritan todos

Yo digo piedad para el recolector de mierda

Piedad para la basura humana que son todos,
Que somos todos.

Muerte
A la guillotina, gritan todos

Sed de sangre
Sed de muerte

Golpéalo, mátalo hasta que sangre, hasta que quede nada y nadie lo reconozca.

Pagar unos pesos por matar al sin nombre
Es justo porque estorba

Piedad señor
Piedad señora

Él no es el verdugo
Es usted mismo
Acéptelo.

Les señalo porque estoy segura de su culpabilidad.

Muerte, muerte, muerte
A todos los condenados

A la guillotina sin piedad.
Quién es el verdugo, quién es la víctima.

Usted o yo
Ellos o nosotros

Piedad
Sangre
Piedad
Muerte
Perdón
Exilio
Piedad
Sangre
Muerte
¡Basta!
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Nadie recordará mi nombre el día de mi muerte.
Nadie recordará mis letras el día del juicio final.
Nadie me reconocerá el cuerpo flagelado por la vida.
Nadie se sentará conmigo en la silla eléctrica.
Nadie me dará la mano antes de partir.
Nadie aceptará echar el último puño de tierra aunque sea por compasión.
Nadie dirá mi nombre por última vez en el cementerio.
Nadie, nadie, nadie
Estará conmigo para atravesar el río, no habrá perros ni el mismo Caronte
Me llevará hasta el otro lado para ver la luz.
Nadie, nadie, nadie.
Para qué hablar entonces con alguien si todos desaparecerán el día de mi muerte.

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